miércoles, 24 de julio de 2013

El río

El camino ahora era un sendero sombrío que serpenteaba entre chopos y abedules. Las mariposas al revolotear teñían de vivos colores el paisaje estrecho mientras los pájaros adornaban el paisaje de armoniosas notas y gorgoritos. También había un río, no lo veía pero podía sentirlo. El ambiente era más fresco de repente, además podía olerlo y oírlo. Olía a frescor veraniego, a recuerdos, olía a felicidad. -¡Borja!- Una sonrisa le sacó de sus pensamientos -¿Qué haces? ¡Venga! Date prisa, ya casi llegamos-. Le dijo alegremente Estefanía. Y acto seguido vio como de un brinco echó a andar de nuevo, mientras daba saltitos y al mismo tiempo movía los brazos. Parecía que flotaba.
Siguieron un rato caminando, él en silencio y ella canturreando alegremente. Al poco llegaron a una zona donde el río hacía un remanso. Debía de haber varios quilómetros hasta el pueblo.  -¿Nos sentamos?- Dijo Fanny. Se sentaron al borde del río y ella empezó a descalzarse de sus sandalias. Borja la miró con curiosidad. –Ya verás que fresquita está el agua- Mientras le decía esto le miró con sus hermosos ojos azules y él le devolvió una mirada risueña. Recordaba perfectamente la primera vez que había visto esos ojos, hacía ya tantos años. Fue la primera vez que fue al pueblo. Desde que tenía 5 años veraneaba en este pueblo. El primer día echó a andar con su bicicleta hasta que llegó a un parquecito solitario, allí había una niña de cabellos rubios balanceándose. Apoyó la bici en una valla y se acercó a ella.
–Hola ¿qué haces?- La niña levantó la cabeza y él quedó deslumbrado ante lo que vio: Unos ojos azules profundos como no había visto antes, solo en películas de países lejanos que tenían nieve en navidad y estatuas gigantes verdes con un brazo levantado.
-Me columpio- Aun desorientado ante aquella visión celeste intentó hablar para no parecer un tonto. –¿Y no te aburres?- -También pienso… ¿Tu sabes por qué las libélulas vuelan tan rápido?- Eso lo dejó todavía más desorientado, ¿de qué estaba hablando? –Libe… ¿Libelúlas?  ¿Qué…? ¿Qué es eso?-  
-¿No sabes lo qué es?- La niña no paraba de sonreír alegremente, parecía simpática. –Son unos bichos que vuelan y viven cerca de los ríos.-
-Ah… Es que solo fui una vez al río y mis papás dicen que era muy pequeño y que no me gustaba ni la hierba ni el agua.-
-¿No eres de aquí?-
-No…-
-Ya decía yo que no te conocía… ¡Ven! ¡te llevaré al río y verás libélulas, no libelúlas ji ji-
-¿Está lejos?-
-No, solo hay que bajar esta cuesta. Me llamo Fanny-. Dijo sonriente mientras le tendía una mano –Me caes bien ¿Eres simpático? Quiero ser tu amiga ¿Quieres ser mi amigo?- Él le dio la mano mientras respondía –Me llamo Borja, ya somos amigos-. Ambos sonrieron.
*             *             *
Desde ese día fueron inseparables y la espera hasta el verano siguiente para poder verse se hacía eterna. Pero este último verano algo había cambiado, ya no la veía igual. Al llegar lo que se encontró fue una joven echa y derecha, él tampoco era el mismo, la pubertad se había abierto paso en los dos.
De repente un golpe frío lo devolvió a la realidad. Se miró de arriba abajo, estaba empapado.
-Je je, eso te pasa por no escucharme-. Fanny acababa de salpicarlo con la mano.
-Lo siento…-
-¿Te estaba diciendo si recordabas la primera vez que vinimos al río?- Como no iba a recordarlo. Fue después de conocerla.
*             *             *
Bajaron la cuesta que ella dijo y al ver el río a lo lejos comenzaron a correr. -¡Vamos Borja!¡Corre!- Fanny era siempre una nube de alegría.
-¿Espérame!- Cuando la alcanzó, ya en la orilla quedó fascinado. Cientos de libélulas revoloteaban a su alrededor y sobre la superficie del agua. Un espectáculo de colores, un arcoíris sobre una aurora boreal. Todo se movía, todo giraba a su alrededor. Fanny le cogió de la mano y los dos empezaron a reírse de alegría. Luego ella se acercó a la orilla y sin previo aviso se zambulló con la ropa puesta.
-¡Métete! ¡Está genial!-
-No se…- Dubidativo dio un paso hacia atrás.
-¡Venga, gallina!- Y sin avisar le salpicó. Al verse empapado de pies a cabeza decidió que ya daba igual y echó a correr y de un salto se sumergió mientras gritaba “Cobawunga” como sus tortugas favoritas.
La tarde se convirtió en chapuzones, ahogadillas y batallas de agua, todo ello adornado de sinceras risas de los dos mejores amigos que nunca conoció ese pueblo. Agotados se sentaron en la orilla mientras el sol desaparecía y las libélulas eran substituídas por las luciérnagas. Comenzó así una danza nocturna de magia y luz. Mientras, contemplaban el espectáculo sentados y en silencio, abrazados con un brazo por la espalda del otro y apoyando las cabezas el uno en el otro. Así acababan la gran mayoría de los días del verano durante ese y los  siguientes años.
-Borja- La voz de Fanny volvió a sacarlo de sus recuerdos. -¿Estás bien? Hoy estás muy pensativo-. Dijo con cierto tono de preocupación.
Tenía que decírselo, no podía pasar de hoy sin decírselo <<Venga Borja, se valiente>>
-Fanny… es que… llevo todo el día dándole vueltas a algo… es decir… yo… tengo que decirte algo… Fanny, yo…-
-Tsss- Un suave siseo lo detuvo mientras ella posaba su índice sobre sus labios.
-No digas nada, siéntelo y déjate llevar-. Fueron las últimas palabras que intercambiaron ese día.
Ella se metió hasta la cintura en el agua y se desprendió de las prendas inferiores y comenzó a acercársele, él la miró perplejo mientras ella empezó a quitarle la camiseta. No sabía que hacer así que decidió hacerle caso y como dijo ella se dejó llevar. Comenzó a desabrocharle su blusa mientras ella le quitaba sus pantalones. Había oído en algún sitio que uno de los momentos más placenteros para un hombre es desnudar una mujer con blusa. Y era cierto, estaba siéndolo, botón a botón, sentía un escalofrío en la espalda y cómo corría la sangre por sus venas, y sabía que ella también podía sentirlo. Se acercó más a ella y le desabrochó el sujetador y una vez desnudos se sumergieron, mientras el sol se ponía.
Se sintieron el uno al otro como nunca se habían sentido. Sintió sus labios, unos labios suaves pero que besaban intensamente. El tiempo pasaba en el agua entre abrazos, besos, caricias y arrumacos y decidieron tumbarse en la hierba. El sol había dado paso a la luna hacía ya mucho tiempo y las luciénagas comenzaron su danza.

Tumbados en la mullida hierba, amparados por la oscuridad e iluminados por la celeste sombra de la luz de la luna se detuvieron a observarse y a conocerse a través del tacto. Cuando sus ojos se volvieron a cruzar sonrieron. Él movió los labios suavemente, sin emitir el menor ruido para no estropear la magia, articulando un “te quiero” que venía desde lo más hondo de su corazón, con toques y tintes de amistad y amor. Ella le respondió con los ojos, con una fulgurante e intensa mirada de esos profundos ojos azules que tanto había observado y admirado, mientras decía: “Te quiero”. “Adelante, eres tu al que quiero, aquel en el que confío plenamente, y aquel con quien sueño”. Y tras estas silenciosas palabras de amor se entregaron el uno al otro, amparados por la oscuridad, la luna llena y la calidez de una noche de verano en la que el aire olía a amor y amistad. Como un recuerdo de hace ya muchos años en la “fervenza” del tiempo y los sueños.