Echo de menos volar y sentir, siento que falta algo y no sé el qué, echo de menos viajar y eso que hace menos de 2 meses de mi último viaje, pero ya es demasiado tiempo para mí, no sé, puede que nunca logre encontrar el camino correcto para ser feliz. Mientras tanto aquí estoy; en una noche cualquiera; escribiendo cosas que no verán la luz (o que sí, quien sabe, nunca hay que fiarse).
Suena la música de fondo, no reconozco la melodía, pero suena pegadiza, a uno de estos típicos hits del verano que suenan en todos los bares, pero yo solo estoy atento al ruido del portátil mientras el humo del último cigarro forma un remolino que va ascendiendo hasta el techo y se pierde por alguna de las rendijas de esta fría casa.
El reloj, con sus manecillas, marca el ritmo del tiempo, el paso de la vida, y la noche avanza mientras pienso que debería acostarme; en menos de 5 horas debo estar de pie, pero hace tiempo que soy un zombi y ya no me guío por los mismos ritmos de antes; puede que ese sea el problema.
En la ventana se ve un mísero patio de luces que de luz tiene poco a estas horas, el cielo está negro y Coruña huele a muerte y suena a tumba, ni siquiera las gaviotas rompen con sus estridentes chillidos la afilada hoja de la noche.
Abajo, debajo justo del ático en el que estoy, oigo pasos; debe de ser alguno de los compañeros de piso, aunque tú, quien más me importa, hace tiempo que ya no estás aquí y tu presencia ha quedado impregnada en todos los rincones, desde los libros con tu olor hasta las sábanas que empapamos mil veces haciendo la pasión mientras el amor se quedaba en el colchón; ya luego de un polvo es más fácil decirnos "te quiero" mirándonos a los ojos (aunque fuese mentira).
Intento ver a través de la oscuridad, pero ni siquiera así soy capaz de distinguir dónde estás, no reconozco esa casa en la que habitas ahora ni esos labios que besas como besabas los míos mientras entre saliva y lengua se colaba algún mordisco -en la oreja izquierda-.
Intento ver a través de la oscuridad y solo veo recuerdos, recuerdos que no sirven ni para llenar la lata de cerveza vacía que ahora sirve de cenicero. Está tan vacía que ni llega para llenar de metáforas propias este texto, toda la obra es construcción de Escandar; aclaro esto por si algún día, por algún azar del destino, termina en este blog de mala muerte en el que ahogar las penas y pillar alguna enfermedad del alma, de estas que son crónicas y no tienen cura.
El reloj sigue marcando su ritmo, ajeno a todo esto, y es gracioso, porque nunca he tenido reloj en este piso, al menos un reloj que no haya sido digital siempre. El reloj que marcaba los segundos con un tik tak sonoro está en casa de mis padres, a salvo de ver como el tiempo se desintegra entre mis manos sin que él pueda hacer nada para evitarlo. Allí están ahora también todos los libros mil y una vez subrayados; como si gracias a eso estos dedos fuesen a impregnarse de conocimientos y de juegos de palabras; pobres ilusos, se creen que la magia crece en las palabras cuando la poesía nace del corazón. Pero oye, nadie dijo que el mundo fuese asumible para todos, y mientras unos entienden el funcionamiento del universo, otros se limitan a entender la chispa del alma. ¿Y yo? yo me limito a no dejarme morir por desidia de la esperanza, lo cual, a mí entender, es una noble azaña en este mundo de frenético consumismo en el que nunca se mira al qué pasará mañana.
* * *
Son ya las cuatro y en 5 horas me levanto de cama; así que miro al patio de luces sin luces e intento descifrar mi futuro entre la oscuridad; me fumo la última calada, y mientras el humo se pierde con desgana, termino estas líneas, cierro la pantalla y pienso: Que no estoy tan mal si todavía alguien logra ver brillo en mi mirada.
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