yo me siento frente al ordenador,
tengo una imperiosa necesidad por plasmar la cotidianidad, por tratar de atrapar el instante, por conseguir reflejar en la pantalla el olor de una tarde de otoño, la luz de un atardecer, la calma que experimento cuando escucho música sin nada más qué hacer
que permanecer
sin esperar nada más que un viaje estacional,
una de esas escapadas de fin de semana
en los que cojo el coche y me pierdo por una carretera que circunvala el paisaje
con las notas en los altavoces sonando
y nadie más que yo, el infinito
y todos sus recodos.
¿Cómo saber dónde encontrar mi paz?
Solo trato de hallar respuestas para las preguntas que no sé lanzar al aire,
pero no hay nadie
al otro lado
esperando mis palabras.
Quizás no hay forma de rebajar la demanda
de estímulos en esta tarde
que se siente como la madrugada.
Mientras tanto se entona la versión chill de Lentejas,
y Día Sexto me hace sentir en Portugal, en el Alentejo,
o quizás frente a las costas de Oleron o la Rochelle,
o más bien
en Bernay en Champagne
sintiendo la tibia caricia del sol en mi piel
mientras la noche se despereza y acicala.
No tengo forma de atrapar nada,
solo lanzo este poema
con la mirada puesta
en que alguien encuentre
lo que mi alma calla.
El horizonte llamando al otoño a kilómetros de distancia de donde me escaparía si no tuviese que permanecer aquí hasta que levante el viento de la mañana.
Otro verso
para calmar mi alma.