martes, 24 de septiembre de 2024

Otro verso de otoño para calmar mi alma

Sin saber muy bien los motivos
yo me siento frente al ordenador,
tengo una imperiosa necesidad por plasmar la cotidianidad, por tratar de atrapar el instante, por conseguir reflejar en la pantalla el olor de una tarde de otoño, la luz de un atardecer, la calma que experimento cuando escucho música sin nada más qué hacer
que permanecer
sin esperar nada más que un viaje estacional,
una de esas escapadas de fin de semana
en los que cojo el coche y me pierdo por una carretera que circunvala el paisaje
con las notas en los altavoces sonando
y nadie más que yo, el infinito
y todos sus recodos.

¿Cómo saber dónde encontrar mi paz?

Solo trato de hallar respuestas para las preguntas que no sé lanzar al aire,
pero no hay nadie
al otro lado
esperando mis palabras.

Quizás no hay forma de rebajar la demanda
de estímulos en esta tarde
que se siente como la madrugada.

Mientras tanto se entona la versión chill de Lentejas,
y Día Sexto me hace sentir en Portugal, en el Alentejo,
o quizás frente a las costas de Oleron o la Rochelle,
o más bien
en Bernay en Champagne
sintiendo la tibia caricia del sol en mi piel
mientras la noche se despereza y acicala.

No tengo forma de atrapar nada,
solo lanzo este poema
con la mirada puesta
en que alguien encuentre
lo que mi alma calla.


El horizonte llamando al otoño a kilómetros de distancia de donde me escaparía si no tuviese que permanecer aquí hasta que levante el viento de la mañana.


Otro verso
para calmar mi alma.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Donde la poesía consiga arraigar

Existen rincones donde la poesía no logra arraigar:
la felicidad es uno de ellos.

Por algún extraño motivo,
allí
la poesía se marchita,
como una de esas flores que por más que mimas
nunca logra salir adelante.

Un poco así
es la poesía.

Una flor
que por más que quieras,
ella se empeña en dejarse morir,
en dejarse morir por ausencia de tristeza.

¿Por qué nos empeñamos en enseñar a vivir en la tristeza a los demás?

¿Por qué enseñamos a nuestros hijos
a sufrir?

¿Por qué solo se puede escribir desde el conflicto?

¿Acaso no se puede escribir desde la calma, desde la paz?

Me gustaría poder escribir sobre un atardecer,
sobre estar sentado al sol de verano,
sobre mis amigas,
sobre la calma que siento cuando me mecen las olas, cuando vivo durante 10 días en un campamento y nada más me importa,
sobre los campos en flor,
sobre el trigo cimbreando dorado bajo la luz y el calor.

Me gustaría poder escribir sobre todo eso
y sin embargo
solo sé escribir desde el frío hielo de la tristeza y el miedo.

Y como ahora estoy out, 
apagado,
en standby,
pues no soy capaz de escribir

y solo puedo acercarme al teclado
para fingir

fingir que existe algún motivo por el que yo sigo aquí.

Amores de otoño (10 años después)

El otoño ha llegado, abriéndose paso, de golpe, en medio del final del verano. Septiembre ha sido un mes de calor y playa, pero de repente, la semana pasada, el tiempo dio un giro y pasó de los 30 grados con sol a los 20 con nubes y algo de lluvia y ahora ya el aire tiene un aroma distinto. Más frío. Más sutil. Como de hojas cayendo y nostalgia en los amores de verano que se van apagando.

Siempre escuché hablar de los amores de verano.

Pero los amores de otoño... Los amores de otoño, con palabras llanas, son otro rollo. Amores que revolotean, de idas y venidas, de no tener las cosas claras, pero de puro fuego ardiendo, supongo que para quitarnos el frío. Los amores de otoño, si tengo que resumirlos, serían así, como llamas de incendio que lo arrasan todo a su paso con la única intención de sobrevivir con ellos al duro invierno.

No ocurren. No suele ocurrir. Se quedan ahí, en hibernación, después de la frenética pasión. Y rara vez llegan a más allá. Pero se recuerdan, vaya si se recuerdan, 
porque si has tenido un amor de otoño
ya jamás lo podrás olvidar.

No sin quemarte
como se quemaban los cuerpos
y los corazones
cuando eráis puro fuego.


Y es que las brasas, por mucho que parezca que están apagadas,
siempre seguirán ardiendo.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Otoño en Francia

En Francia los días se tiñen de otro color, el otoño se despliega con todo su repertorio y la luz juega a las escapadas con las sonrisas. El cielo cansado, del largo atardecer, se diluye entre los árboles y sus escasas hojas, brindando abanicos de ocres y marrones a las miradas que descubren el paisaje en su lento caminar. Las silenciosas calles giran en remolinos de hojarasca que levanta ligeramente el viento, mientras el eco de los pasos reverbera entre los angostos caminos que quedan entre las casas y edificios. Aquí y allá asoma el pináculo de alguna iglesia con esa característica apariencia que le proporciona un estilo neogótico que se extendió profusamente por el departamento. No hay más compañía que nuestro silencio y el ruido de nuestra cabeza. Pero es otoño y todo está bien. Todavía no ha llegado la tormenta de junio. Quizás ahí, en esos escasos meses que intermedian entre ambas épocas, resida la latente felicidad que tanto se anhela.
Mientras tanto los días se tiñen del color del otoño en esta Francia que mi caminar descubre y apresa.

De tanto incendio ahora el cielo está de ceniza

El cielo está de ceniza, ceniciento, 
áspero, agrio, revuelto,
está como un vaso de alcohol después del tercero,
como un beso mal dado,
como una despedida a las prisas,
como el sexo sin importarnos quienes seremos.

El cielo está roto desde dentro
y nosotros
en este mundo incierto,
lo observamos
y tristes seguimos caminando
arrastrando los pies
y en los bolsillos las manos.

El cielo arde
pero el reloj no se apaga nunca.

martes, 10 de septiembre de 2024

Buscarte

Buscar
No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene.
Alejandra Pizarnik



Explorar la infinitud de una mirada
bajo la luz de las estrellas
sentado en un banco
mientras aguardo que el tiempo se pause
que el frío no duela.

Detener el instante,
agarrarlo,
aferrarlo,
hacerlo prosa,
hacerlo poema.

Despertar al cerrar los ojos,
dormir al abrirlos,
sorprender tus palabras con el vacío sobre el que hago equilibrios.

Si yo te digo ven,
tú lo dejas todo.

Solo por eso
ya todo cobra otro sentido
mientras cosemos retales en los telares de cielos y estrellas.

Te recuerdo sonriendo,
eso es lo único que me queda.

lunes, 9 de septiembre de 2024

No hay peor dolor que el que no puedes contar

No hay peor dolor que el que no puedes contar.
Karmelo C. Iribarren



No hay peor dolor que el que no puedes contar,
ni peor pesadilla que la que habitas con tus demonios.

Batallas de enfermos,
de locos,
de cuerdos inciertos
que cometieron errores que se ríen de nosotros.

No puedes hacer más que mirar atrás,
consciente
de que nunca podrás contar esa verdad
que te consume el corazón,
que te quema el alma,
que te envenena y nubla la mirada.

Y es que no hay peor dolor
que el que no puedes contar
por mucho que creas que el ayer ya no existirá en el mañana.

Habitando vidas no vividas que no me atreví a vivir

A veces echo de menos a las novias que no tuve.
Karmelo C. Iribarren



Solo eso,
tampoco mucho más que añadir.

Decir
que me siento frente al mar,
frente a la inmensidad,
frente a una ventana

mientras el paisaje se mece, se acuna, se desplaza

y mi mente reconstruye vidas no vividas
con todos los amores
que una vez renuncié a cuidar

por miedo,
por ser conmigo sincero,
por estar donde debía estar,
por no atreverme a vivir esa nueva oportunidad,

y echo de menos a las novias que no tuve


Viviendo en otras vidas en las que cobraba un nuevo significado la palabra libertad.

Sálvate a ti mismo

A veces ya no queda nada que salvar,
salvo a ti mismo.

Karmelo C. Iribarren



A veces ya no queda nada que salvar,
salvo a ti mismo.

Qué frase más certera
para cuando se derrumban los espejos,
nuestros reflejos se hacen añicos
y solo quedan pedazos inciertos de recuerdos que nunca vivimos.

Cuando los templos queden vacíos,
cuando la vida se apague como un soplo,
cuando ya no haya sonrisas en nuestros rostros,
cuando la risa deje de sonar como un río.

Será entonces
cuando sepamos
que ya no hay más salida
que la de salvarse a uno mismo.

Y es que si nadie más está
¿quién estará para nosotros
más que nosotros con nuestros silencios y vacíos?

Tristes destrozos de lo que un día fuimos.

Sálvate,
sálvate a ti mismo.


A veces ya no queda nada más que salvar,
salvo a nosotros mismos.

¿Qué queda del amor?

Qué rara 
suena 
a estas edades 
la palabra 
amor.
La dices,
y no sabes
si te engañas
a ti mismo,
o a ella,
o él
a los dos.

Karmelo C. Iribarren



Sútil juego de sutilezas
el saber si sigues amando
o simplemente te dejas
a ti mismo
llevar
por la corriente de la vida,
por la escalera social.

¿Te amo?
¿Me amas?

Es incuestionable que sí,
que hay amor,

¿pero basta con eso?

¿No importa más la intimidad,
la confianza,
la comunicación?

¿El deseo en la cama,
la pasión bajo el edredón?

Que sí,
que te amo,
que me amas.

¿Pero qué fue de sentir la ilusión?

Esa energía de la nueva relación.

Que ya no existe.

Que ya no existirá nunca.

Que se esfumó como se esfuman los sueños.


Y mientras tanto seguimos
porque... ¿por qué no?

domingo, 8 de septiembre de 2024

Historias de autobús

En el bus las mismas personas.
La señora que lee un libro en el asiento del final de espaldas al conductor, justo al lado de la puerta para que vuele, al abrirse, su imaginación.
Cerca las dos chicas de pelo teñido de colores llamativos y piercings.
Una madre y su hija.
La señora que sigue llevando mascarilla.
Yo mirando por la ventana la vida.
La lluvia cayendo como una impenetrable cortina.

Días de rutina.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Obsesionado con permanecer frente al paso del tiempo

Me obsesiona el paso del tiempo,
el constante descenso de la arena que se filtra y escurre entre los dedos sin yo poder hacer nada.

Me obsesiona el paso del tiempo,
la incapacidad para atrapar el efímero momento,
la fugacidad del instante,
la necesidad de arder intensamente
hasta consumirme
consciente
de que es lo único que me queda
ante la frágil infinitud de la vida que se apaga
sin yo poder remediarlo.

De eso un poco va todo,
mi vida,
mi poesía,
mi existencia,

de permanecer
cuando todo se esfuma entre difusas ruinas.

Me obsesiona el paso del tiempo,
el olvido,
el silencio,
la desaparición de los recuerdos,
la muerte,
el final definitivo cuando ya nada quede de nuestros restos.

Me obsesiona ser incapaz de atrapar el instante mientras me voy consumiendo.


Quizás por eso escribo.
Quizás por eso exprimo al máximo mi camino.
Quizás por eso me revelo contra cualquier destino predefinido.

Y es que si no puedo ser eterno
al menos experimentar el infinito
en el efímero y fugaz instante que me consumo intensamente ardiendo.

Quizás así experimente la felicidad y deje de padecer este sufrimiento.

Y es que mi libertad es una constante lucha contra el tiempo.

Frente a una nueva ventana

Solo entre los límites de los paralelismos puede encontrarse la sutileza de la noche de los tiempos, locos certeros intentando crear monotemáticos monográficos acordes a los tiempos que vivimos como si fuese posible comprender el camino de nuestro destino mientras suenan los sintetizadores de la música electrónica que nos transporta a las abrasivas arenas del desierto. ¿Estamos en lo cierto? Autómata escritura que se lleva el viento al tiempo que los dedos teclean frenéticamente sin perder ni un momento al escuchar el retumbar de los sentimientos en la música que tenemos. Somos locos inciertos, pero escribimos vibrando por dentro. Llévame a donde los sueños no se consuman como hemos hecho.
Se termina el verano y se desgrana
mientras desfibro palabras sentado frente a una ventana de un cuarto piso.

Creo que es el primer poema que escribo en la noche en este nuevo lugar en el que nos hemos mudado para habitar la eternidad del presente.

Y es que tengo poemas frente a muchas ventanas:
En mi casa,
en el piso de Finisterre en Coruña,
en Monte Alto,

en Caldas,
en Santiago,
en Lisboa,

en Le Mans,
en Ramón Nieto
y ahora frente a este nuevo espacio al que nos hemos mudado hace escaso tiempo.

Todo lugares
con sus esencias
que transportar en poemas
mientras experimento el paso lento de los relojes que se consumen sin nosotros saberlo.



Y ya la música se acaba
y con el estas palabras
envueltas en el azul de I´m blue.

Apago la mirada
y cierro la pantalla.

Ya otro día será mañana.