a la magia,
tan pura,
tan sencilla,
tan perfecta para mí.
Miré en dirección a la almohada y la vi:
a la poesía,
viviendo en cada uno de los pliegues de su piel,
en cada sonrisa,
en cada poro,
en cada sensación que despierta en mí.
Miré en su dirección y vi su mirada:
un pozo de luz
en el que pedir infinitos deseos,
aunque el mío,
-no dejar de reflejarme en ellos-,
ya se cumplió desde que tengo recuerdo.
Miré en su dirección y vi su espalda
y mi mente se deslizó por ella en caída libre y sin frenos,
aunque ya no temo al suelo,
pues me ha dado la confianza
para fundir en uno mi vuelo con mis sueños.
Miré en su dirección
y no pude mirar a otro lado,
escalé su pecho,
surfeé su barriga
y buceé por los mares que tiene ahí abajo.
Miré en su dirección
y me quedé con cara de embobado,
como cuando me dice que parezco un tonto enamorado,
como cuando me besa
y en sus labios
me recuerda las sonrisas, las caricias y todos los instantes a su lado.
Miré en su dirección
y la vi,
y así me quedé,
viviendo un eterno atardecer
del que nunca he despertado,
reviviendo horas y horas
una y otra vez
y soy tan feliz
que ya me parecen años.
Cuidado,
porque si miráis a la chica de la que os hablo,
os prevengo
de que hasta el infinito os sabrá a poco de su mano
y que jamás de ella podréis alejaros.
No es una advertencia
es un aviso de que la felicidad existe
y está aquí durmiendo en este cuarto.