El verdadero libertinaje es liberador, porque no genera ninguna obligación. En el libertinaje uno no tiene a nadie, sino a su propia persona. Es, pues, el quehacer preferido de los grandes enamorados de sí mismos. El libertinaje es como una selva virgen, sin futuro ni pasado y, sobre todo, sin juramentos ni castigos inmediatos. Los lugares en que se lo pone en práctica están alejados del mundo. Al entrar en ellos se deja fuera el miedo y la esperanza.
La caída - Albert Camus
En esos lugares de plena libertad es donde yo más he experimentado sobre mí mismo, donde más he podido explorar todas esas facetas que la sociedad se encarga de oprimir y ocultar. ¿Quiénes somos pues en el día a día? Apenas un fragmento de nuestro verdadero ser, un pedazo de nuestra propia esencia.
Tratamos por todos los medios de encajar y lo único que estamos haciendo es arrancarnos partes de nosotros mismos para no salirnos del estrecho cono convexo que es esta cárcel que habitamos y a la que llamamos realidad. Una empinada escalera en línea muy recta que nos pone en fila a todos para ascender escalón a escalón al siguiente paso en este mecánico infierno social: Nacer, enamorarnos, irnos a vivir juntos, casarnos, tener hijos, morirnos. No hay lugar para nada más dentro de la norma, solo el paralelo y constante trabajar. Del trabajo a la casa, de la casa al trabajo. Y comprarnos un coche, una casa y un viaje durante 15 días al año en un resort vacacional. Todo lo demás es afrentar a la sociedad. Es atentar contra la norma. Y así será visto: como un ataque frontal.
Salirse del camino es equivalente a ser un antisistema, una especie de sujeto que quiere dinamitarlo todo y al que hay que perseguir y poner coto. ¡Que nadie se salga del redil! La vida es para vivirla oprimido, todo lo demás hará tambalear nuestro sufrimiento preconcebido al que voluntariamente -nos creemos- hemos elegido acceder. ¡Pero nada más alejado de la realidad! Nos han conducido por ese sendero desde el minuto uno después de haber nacido: Haz esto, haz lo otro, no hagas esto, no hagas lo otro. Y cuando creces y eres adulto igual. Quizás se vuelva más sutil, puede que a través de la publicidad, puede que a través de la pareja, o puede que quizás sean tus conocidos y amistades, pero tarde o temprano se te dirá: haz esto, haz lo otro, no hagas esto, no hagas lo otro. Y lo interiorizarás tanto que llegarás a creerte que son tus propias decisiones. Y ahí... ¿existe todavía salida?
La caída.
Darte cuenta de que estás ascendiendo por unas escaleras mecánicas que creías tú caminar por un sendero de línea recta y cuando toda la ilusión se resquebraja no queda nada más que peldaños hacia arriba y peldaños hacia abajo. Miras hacia los lados: Vacío. Sacudes la cabeza. Te frotas los ojos. Escaleras hacia arriba, escaleras hacia abajo. Nada más. Solo existe una salida.
La caída.
Y si tienes la suficiente valentía
te lanzarás.
Y quizás ahí encuentres algún otro camino,
algún otro rumbo para este laberinto que es habitar fuera de la realidad impuesta.
Aunque estarás tan solo que puede que te arrepientas de haberte salido del redil:
Quizás... ¿si hubiese hecho eso? Quizás... ¿si hubiese hecho lo otro?
Quizás... ¿si no hubiese hecho eso? Quizás... ¿si no hubiese hecho lo otro?
Te diría que no hay forma de volver, pero es mentira. No hay nada más fácil en esta vida que volver a la cárcel de barrotes de cristal. No hay nada más fácil que volver. Todo está hecho para ello. Todo está hecho para que te arrepientas y regreses al orden establecido.
No serás feliz. Te lo advierto. Pero al final... ¿quién que haya habitado ahí lo ha sido?
La felicidad está sobrevalorada, ¿no?
Es más fácil dejarse llevar y no haber nunca elegido. Elegir solo la cárcel de la escalera social.
Porque fuera ¿qué nos queda?
Solamente una cosa:
La caída.
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Durante esos instantes, en esos lugares, rodeándome durante el efímero infinito fuera del sistema...
Ha sido el único lugar en el que yo he podido habitar la plena libertad.
Es donde yo más he experimentado sobre mí mismo.