La muerte nos arrastra, incapaces de hacer nada.
Dios se ha ido, mejor dicho,
lo hemos matado
y está bien,
pero ahora caminamos solos
sin rumbo,
sin brújula,
sin certezas
en esta crisis que se alarga en nuestra sociedad
como una sombra que se desparrama
y de la que no podemos escapar.
Los monstruos crecen en estos claroscuros
y ya la vieja sociedad no muere y la nueva tarda en llegar.
Y nosotros
huérfanos de valores,
de ilusiones,
nos aferramos al presente
tratando de evadirnos en la efímera satisfacción del hedonismo desenfrenado
como si eso fuese a frenar
que ya hoy, mañana, o en veinte años
todo se terminará
y cuando la muerte llegue
ya nada permanecerá.
Solo somos patéticas almas mirando a los ojos al absurdo vacío
sabiendo que nada nos responderá
inútil súplica de quien trata de negar la realidad
Ya nada ni nadie quedará.
- ¿Para qué vivir si solo podemos permanecer indiferentes sabiendo que no podremos evitar el absurdo de la muerte?
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