como Manu Chao sonando por todo lo alto
en unos altavoces que gritan voces desde el otro lado de este mar indomado.
Conservo palabras para los buenos ratos
y en mis libretas
apunto y anoto frases de relatos olvidados
para luego colgarlos
en las paredes de esta cueva.
Ya no es que duela,
pero la lluvia acecha
y yo solo sé encontrar faenas inesperadas,
instantes intensos que hacer eternos para escapar de todos los cuentos que jamás nos vendieron.
Nunca supe bien que fue lo que me hizo sonreir
pero ahora sé que no acumulo suficiente gramos de serotonina
y como en Criando ratas me repito:
¿quién nos va a sacar de esta ruina?
Esnifo más rimas enlatadas
que versos a los que doy patadas.
La oscuridad me reconforta cada vez que intento huir
y si mis arterias abiertas se confunden con cicatrices que se cierran
puede que los tatuajes marquen huella
como una marca negra que supura en mi alma negra.
Mientras tanto me reafirmo en que seguiré dando guerra,
puede que la espera a tanta noche en vela no sea si no otra forma de escribir a cuchillada descubierta,
como una reyerta que deja el corazón sobre la mesa
y la noche
líneas y líneas que meterse cuando nadie me vea.
Soy un kinki de los poemas:
tiro del pecho para meterme dentro todo lo que me quepa sin cesar de galopar
y me chuto el mundo directamente en vena.
Vaya faena,
que hasta la música se descompone en cientos de notas inciertas,
apunta,
dispara
y acierta,
que el orgullo es lo único que nos queda,
conocernos,
reafirmarnos
y beber nuestros miedos como si fuesen latas de cerveza.
No quedan más ideas
que las que nos definen al defenderlas por encima de todas las cosas:
Porque soñar
es el acto más revolucionario en esta guerra.