domingo, 27 de octubre de 2019

El azul es un color cálido

Sonreímos a la tristeza mendigando un poco de felicidad. Como un juego de niños que buscan descubrirse, tambaleantes, indecisos, temerosos de toparse con sus miedos sin ropa ni vistas nubladas, solo una límpida mirada con la que desnudarse con los brazos abiertos.

Soportamos cargas de las cuales somos incapaces de escapar, mientras su peso nos aplasta, centímetro a centímetro, como un águila, conscientes de toda la vida que nos queda por delante y la poca que resta que valga realmente la pena. Mansiones sin luces ni sombras que se comban hacia su propio mundo interior; mientras muros saetados que tratan de rozar el cielo se precipitan ante el castigo divino.

El mundo desteje su espeso manto de nubes que arrancan llamaradas de destellos del color de la hojarasca que sobrevuela las calles. Y los valles ya callan, y las vallas ya corren. Y el tiempo es una vorágine de remolinos incapaces de afinar nuestros propios pasos entre las largas avenidas de una ciudad que se apaga tras las ruinas de una era pasada. Como fantasmas que vagan sin saber muy bien a dónde ir.

Sopla el murmullo constante de las lápidas en caída libre del cementerio al mar, y el pecho se encoge ante los tumultuosos instantes en que las llamas se encienden. Las farolas entre los árboles revelan el camino y los cuerpos se descubren de puertas para adentro; llenando de luz y color catedrales y vidrieras que erizan la piel al descubrir sabores totalmente nuevos para el intelecto humano.

La pasión cabalga desbocada tratando de buscar salida a semejante explosión y la ropa sin vida yace entre los rincones de la habitación. La fría piedra se empaña y la niebla de vaho inunda la escena. Y los cuerpos se devoran y los labios serpentean  en una réptil danza de emociones desbordadas tras años de intempestivo deseo tras la cara de un trozo de papel.

Todo se ha detenido y las sonrisas se retuercen en cálidas carcajadas de pura emoción y alegría.
Y la tristeza mendiga su cupo, consciente de que
ahí
y ahora
no tiene cabida.

Vacuos y volátiles intentos de pisar terreno firme. Mientras todo se tambalea.

Tratadistas sin miras
levantan imperios a ciegas,
observan los mapas
pero no perciben nada,
nada de lo que se esconde
tras palabras vacías
en líneas vacías
que separan lugares
que caminan sin rumbo.

Alzamos las manos al cielo
implorando por la gloria perdida,
y tras vernos los pies descalzos
comprendimos
que habíamos perdido la partida,
de nuevo.

Pobre sombrero que vuela al viento,
ya no hay cabezas que proteger;
solo un llanto de miseria
que deambula por las calles mojadas
mientras nada se detiene a su paso,
ni el silencio,
ni los cristales hechos añicos
por sorteo y azar del destino.

Apuramos la copa
tratando de aferrarnos a algo,
aunque el tiempo perdido ya se haya ido
y solo nos queden
los reflejos inertes que nos devuelven los espejos,
¡qué alivio!
¡qué calma!
¡qué dolor!

Todo ha pasado
y solo quedo yo
recorriendo perdido el eterno corredor.

Con permiso,
sin perdón.

sábado, 26 de octubre de 2019

Ciudad en sombras

Serpentea la vida como ríos de miseria, colándose por cada esquina del corazón encharcado de tristeza. Espero que encuentres lo que buscas, dicen. Cómo si fuera posible hallar respuesta a las preguntas que jamás se formulan.

Damos vueltas en un torbellino sin final, como una vorágine de historias que nos hacen sonreír cuando sabemos que han valido la pena. ¿Pero la caída? ¿Qué se hace de la caída? Un sutil baile en las sombras dispuesto a llegar a alguna parte, cuanto menos al final, cuanto más al principio. Tediosamente aniquilados, como encuentros fortuitos que jamás sabremos muy bien en qué nivel del sueño tuvieron lugar, en qué plano astral ocurrieron.

La ciudad desteje su cortina de ceniza como el cielo ardiente que se enciende cuando sopla la brisa. Y es ese viento agreste de otoño, que levanta la hojarasca y pinta de ocres y rojos el lienzo de las callejuelas, el que se cuela en el cementerio mientras al fondo bate el mar entre la vida desierta. Las lápidas cuentan historias de siglos y los mausoleos devuelven el eco del silencio. Perdidos todos en ninguna parte, la fina capa de lluvia que cae nos hace guarecernos bajo los pliegues del abrigo, expulsando nubes de vaho cálido que enfrían los sentidos a quien observa tan trágica escena sacada de alguna patética comedia del tres al cuarto, riéndose de nosotros el dramaturgo que haya decidido exponerla esa noche a su bien estimado público.

Los pasos me arrastran, como los pies que apenas levanto a un palmo del suelo, hasta el embravecido mar que todo lo devuelve, excepto los muertos. Allí, en el punto más al norte de la Torre de Hércules, me siento en una roca a ver batir las olas que salpican mi rostro, como gotas de sangre que discurren impertérritas ante mi mirada cuando le vuelas la cabeza a aquel que tienes delante, aunque solo sean imaginaciones que conformas cuando la ira discurre por tus venas. Y es que el dolor no tiene lugar al que ir nunca, solo evaporarse a base de sufrir. Es eso, o la melancolía. Y en esta desidia de día ambas cosas son igual de afortunadas para el corazón humano: nada.

Sentado allí, viendo el negro manto de carbón que cae sobre la ciudad, decido reanudar mi camino, mientras el mar me despide levantando tras de mí todo su salvaje sonido en un enfurecido embate que valdría la pena inmortalizar en una fotografía en blanco y negro. Lástima de cámara. Pienso. 

Echo las manos a los bolsillos, calo la barbilla en los pliegues del abrigo, y paso tras paso, con los ojos entrecerrados a causa del viento y la lluvia, deambulo por el paseo marítimo con la inútil fantasía de creer llegar a alguna parte.

El Orzán salvaje se retuerce en su propia maldición de sal y arena y ahí abajo, llegando a lo alto del muro, el temporal parece querer salir de su encierro y ganar el terreno que se le debe, inundando la ciudad a su paso, como la tristeza y la melancolía que encharcan mi pecho en un rastro de charcos en los que chapoteo aunque no quiera. Aunque trate de esquivarlos.

Circulo por delante de locales abarrotados por la música. Mientras el silencio y las sombras se arrastran tras de mí. Subo al barrio, las cuestas, Monte Alto. Con un deje de melancolía que se escurre entre los dedos hasta llegar al suelo, al tiempo que mi mirada gris se llena de ceniza y polvo al echar la vista hacia arriba.

Estoy en la calle. Estoy en el número. Estoy en frente. Pero no puedo subir.

Y así me quedo un rato. Indefinidamente. Mirando. Tras unos ojos color mar de fondo que reflejan todo el vacío de este trágico y fútil mundo.

Bajo la cabeza. Me veo los pies. Y dejo que ellos me guíen. Hacia ninguna parte. Pues no hay a dónde ir.

Tras de mí queda el reflejo de mi silencio. Y toda la soledad que puede llegar a transmitir una mirada vacía que se sabe derrotada. Por un corazón helado. Que se desgarra. 

Buenas noches. 
Hasta mañana.

Si Dios quiere.

viernes, 25 de octubre de 2019

Lutte

La música discurre como un reguero de notas por descubrir,
el paisaje se desdibuja con calma veloz
incapaz de detenerse ni por un instante
aunque quieras detener el tiempo
y hacer esos recuerdos eternos
sin llegar a perderlos entre los dedos que nos erizan la piel.

Rumanía se despide de los Cárpatos ladera abajo,
los valles envueltos en niebla
dejan entrever copos de nieve que se derriten
al calor del río helado que rumorea
sin detenerse
siempre hacia abajo,
siempre hacia abajo.

Vatra Dornei camina con el sol de otoño,
jugando a la hojarasca rebelde
en torbellinos de libertad,
mientras nuestros pasos nos guían
allá donde siempre supimos que nos encontraríamos.

¿Qué tienen los días de otoño
que los atardeceres son preciosos?

Saez desteje su guitarra en constante melodía de lucha
sabiendo que llegará el día
que escuche esos acordes
y salte en mi memoria el resorte
que active las imágenes de aquellos tiempos
en que vivía en Rumanía ajeno
a todo lo que el universo se afana
en mantenernos siempre firmes y rectos
en las disposiciones cotidianas
que hacen rehuir nuestros sueños.

Los pasos en la playa imprimen huellas por la arena mojada
postales en blanco y negro
de niños sentados al final del muelle con los pies suspendidos
chapoteando sin miedo
a todo lo que podría llegar,
y es que ahí
la inmensidad es eterna
y los ángeles ya alzan sus vuelos
como puertas del paraíso que se abren
ante nosotros
mientras en el regazo solo nos queda una pequeña pluma
a modo de recordatorio de que todo existió,
como un broche escondido en la chaqueta
escribiendo nuestra maldita novela secreta.

Ardiendo en llamas.

Viviendo en sombras.

Tratando de aferrarnos a este mundo
a través de los versos que escribimos desnudos
en poemas de dolor
que discurren como el rastro que deja el viento
por las calles de la rosa de fuego.

Siente el vaho entre los dedos,
saborea mi aliento,
revuélvete el pelo,
y piérdete bien
bien
lejos.

Solo donde Carax pueda vernos.

Desde la distancia.

Todo lo demás serán cartas plegadas ardiendo en cenizas que no dejarán nada.

Solo rastros de vida aferrados a aquellos días
en que la poesía eran las ruinas de una fantasía
que nunca se cumpliría.

Porque solo recordamos lo que nunca sucedió.

Y Daniel, olvidarás su rostro, pero siempre podrás volver al Cementerio de los Libros Olvidados.

Siempre otra vez.

jueves, 24 de octubre de 2019

Yo te recito dama del mar, mientras tus pasos entre la arena de tu tierra me invitan a soñar

El Tajo discurre en el límite de los sueños
y ya no quedan encuentros para llegar tan lejos,
las conquistas além do mar nos han traído nuevas historias
y podría sopesar todo
pero ya la soga ahoga...

Las calles empedradas me susurran sus secretos
mientras las laderas de las 7 colinas
me recitan
de memoria
poesías apagadas bajo el sol lisboeta,
los pájaros surcan las filigranas cual saetas
y ya no hay esperas que valgan
cuando la mirada se pierde por las callejuelas blancas.

Supongo que tiene el mundo un desaire acertado,
los pasos ya me llevan lejos,
más lejos de lo esperado...

No sé bien dónde estoy,
ni a dónde llegaré.

La noria gira mientras las briznas de hierba cimbrean
la luna se desnuda poco a poco
humedeciendo sus labios con el relente
de la noche
en que se confundió
los sentidos
al escondite de sus deseos.

Las curvas de la ciudad
se abren al cielo
como el cuello de cisne
que discurre río abajo
hasta arquear los miedos.

Su sonrisa se asoma en la luz del día,
y los destellos se pierden
entre los dedos de su mirada
de sal y brisa,
de brisa y sal,
de rimas sin desembocadura
que quedan suspendidas en el aire
esperando llegar flotando a algún lugar.

Portugal se abre entre pasos
descendiendo recatadamente
como un baile de saudade,
con olor a Atlántico,
como la suave guitarra
de un fado que se escapa
de un pequeño bar
del Barrio Alto,
como los olores de las especias
que te sumergen a miles de kilómetros
sin apenas haber dado más de 10 pasos.

San Jorge nos vigila desde lo alto,
matando dragones callando,
domando bestias,
azuzando pasiones,
levantando esbeltas catedrales
que quedarán eternas tras su esqueleto:
de eso sabe bien el Carmo,
mostrando sus cicatrices,
esperando a que alguien venga
y las acaricie
con sumo cuidado
desde el suelo
hasta la garganta de su bóveda
que no es otro que el cielo
con su sonrisa celeste.

Tiene Lisboa un deje melodioso,
un canto que seduce
un juego de niños
que confunde y hechiza,
como siglos de historia que se desquitan
abriendo los brazos
al mar
pidiendo un abrazo
a la libertad
de soñar con llegar siempre más lejos,
siempre más allá.

Tiene Lisboa un canto de pasos
que caminan buscando algo con lo que soñar,
una canción en la radio disparando al pueblo a caminar,
un país que se construye a sí mismo a orillas del mar;
un mundo difuso
que por muchos días que pases en sus calles
solo serás capaz de arañar y arañar,
tratando de descifrar la magia de ese lugar,
con cuidado,
con respeto,
con admiración
por su paz,
desdibujando en un papel
la esencia de Portugal.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Me arrodillo ante ídolos caídos

Las arenas del desierto de Partia
me abrasan las entrañas
como la desesperación
de un mundo en ruinas,
qué gesta cantarás
cuando ya no haya dioses
a los que cantar,
cuando nuestro mar
decaiga de su unidad,
bajo este estandarte ganarás,
y Constantinopla defendiendo su libertad,
la gloria pasada de una campaña en la Galia,
Hispania al borde de estallar en llamas,
los limes que se diluyen en la Romania,
aprieta la balada
que las campanas ya tocan plegarias
en tierras arrianas,
en espejismos de faraones ptolomeos,
en cuentos de niños y juegos,
en el lejano encuentro en el final de los imperios,
el tiempo que corre contra el viento,
tormentas que se llevan los recuerdos,
eternos entierros de ciudades que se apagan,
la desaparición del mañana,
la mirada tambaleada de creer que todo se acaba,
¿qué quedará cuando no quede nada?
Murallas vacías,
casas que esquivan,
barcos a la deriva,
mundos que se olvidan,
recuerdos lejanos de que existieron antaño otros días,
para huir del final
sobreviviendo al día a día.
Parece mentira
que nada se detenga
que todo siga,
como si al tiempo no le importara,
lo que dejamos atrás.

Somos ruinas de nuestras vidas.

8 haikus para ir tirando

        I

Soledad en el pecho
y el viento
ya sopla lejos



II

Me perdí en tu mirada
y ahora que me busco
ya no estoy.



III

Sonríe,
sí,
why not?



IV

Quemé carretera
tras de ti
¿y tus pasos...? ¿dónde...?



V

Yo,
que sé yo,
solo...



VI

Arañé el techo,
salí a flote,
y respiré.



VII

Me encontré
en un verso,
paz.



VIII

Ese aleteo de libertad,
rozó el horizonte
y voló.

Medita tus pasos antes de actuar

He mirado a un reloj en llamas
y ha desaparecido en una vorágine de arena,
vaporosas cenizas que vuelan
llanas palabras que asolan la mañana.

Estrellas estallan en el firmamento
y este lamento acecha la espera,
sacamos lágrimas en su estela,
secamos sueños en su entierro.

Y quién la verdad arañe entera
sabrá buscar cobijo en el cieno.
Y quién en la noche dibuje anhelos
podrá forjar estribos y saetas.

He visto la soledad en miradas ajenas
y platos vacíos para mentes que estallan,
cristales, espejos y vidrios soplan madrugadas,
destellos que profanan fantasías de niebla.


Llama a gritos al desgarrado poeta
que ya nada queda, que ya nada queda,
solo silencio, heridas y cartas que nunca llegan.

viernes, 18 de octubre de 2019

¿Hacemos reunión a las 18:30?

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

Como quien no quiere la cosa, sin apenas darnos cuenta, sin saber muy bien cómo, pero así fue, así ocurrió.

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

Cogimos un bus después de horas y horas de viaje y nos presentamos, y a las dos horas de viaje paramos en una estación de servicio riéndonos porque solo llevábamos 55 kilómetros recorridos, pero en realidad nos daba un poco igual, porque sin darnos cuenta, ya éramos todos como viejos amigos. Contando historias, relatando sueños, dibujando con el vaho del cristal nuestros miedos y abriéndonos unos a otros, como si diésemos por inaugurada esa tradición que manteníamos todos los días antes de cenar. Reunión de sentimientos le llamábamos, así, tal como sonaba, pero en inglés. Y nos tumbábamos todos en una cama y nos relatábamos cada uno a los demás nuestro día: algo que destacar, algo que mejorar, algo que nos gustó y algo que no, y el último siempre se me olvidaba, pero es que era el mejor: abrirnos en dos el pecho sin apenas cuidado, como una historia de cervezas en un bar cualquiera en ninguna parte, como esos brindis que haces a las tantas de la madrugada cuando ya todo el mundo está borracho y solo somos conscientes de que estamos ahí, en ese instante, y que ya solo por eso todo ha valido la pena. Y los vasos resuenan. Y saltan gotas en todas direcciones y mojamos la mesa. Y todos reímos. Y brindamos en todos los idiomas conocidos y por conocer. Y sonreímos. Porque estamos bien, muy, muy, bien. Abriéndonos el pecho en dos en nuestra reunión de sentimientos.

Y Veli cediendo turnos y haciendo todo lo posible por cuidarnos como una buena leader, repartiendo sonrisas a diestro y siniestro, abrazando a la gente inesperadamente, protegiéndonos cuando nos sentimos desprotegidos, aupándonos cuando nos sentimos invencibles y eternos. Buscando siempre el lado bueno. Porque persistir es llegar lejos. Y ella lo hará mientras nosotros lo vemos. Orgullosos.

Nos reunimos en grupo, a debatir nuestras propuestas. Buscando la palabra siempre correcta, desprendiendo inteligencia a los cuatro costados de la mesa, curando las emociones de quien puede haber salido herido sin darse cuenta. Filtrando siempre en alguna conversación sus sentimientos por su sobrino, su gente, su pueblo. Desprendiendo su mirada de tierra que nos quita el polvo de encima a cualquier miedo. Así es Carmen. La voz que nos cuida de más cuando nos echamos a nosotros mismos de menos.

Y Ander y su calma hablando, su aire tranquilo, su caminar eterno. El descanso que transmite solo teniéndolo al lado, su acento verde, sus palabras que traslucen una tierra de paz indómita que nadie sabe bien de dónde ha salido, pero está ahí, como él, que aparece sin ser visto, pero está ahí, escuchando, cuidando, protegiéndonos sin llegar a saber cómo ni cuando. Pero haciéndolo, a fin de cuentas.

Las noches en la cama viendo telenovelas, y el canal de música sonando por todo lo alto, como los bailes en la sala de actividades, como el hijo de Maricarmen, que no descansa hasta que sale el sol. Un poco nosotros. Sin descansar lo máximo posible para aprovechar el tiempo al máximo. Porque ya habrá tiempo para dormir cuando todo se haya acabado y los kilómetros de distancia nos pesen más que los recuerdos con los que volamos cuando echamos la mirada atrás para llegar a ese rincón en los Cárpatos. Al lado de un río que se llevaba todo lo malo.
Solo lo malo.
Porque allí todo era paz, calma y descanso.

Alaia hablando y hablando, para llenar el aire con sus historias de América y pintarnos un mundo que solo imaginamos, pero que con sus colores podemos llegar en sueños a tocarlos. Y su alegría por estar allí. Y su alegría por ser un grupo tan compacto. Y su alegría. Y su alegría. Y siempre su alegría adornando el paisaje entre los abetos, las nubes y los pájaros. 

Y su alegría inundando los copos de nieve que caen con mucho, mucho cuidado, hasta acariciarnos en un abrazo. 

Como las noches de pipas. 

Como las conversaciones largas y tendidas. 

Como Vero llenando de luz el día a día, llenando de paz la vida. Desbordando dibujos por los rincones del cuarto y del salón, tildando de estrellas la noche, timbrando de sueños el manto negro que borda con dorados instantes que no se detienen por más que el tiempo se afane en jugar al escondite con nosotros. Como dos almas que se han encontrado construyendo un vínculo tan puro y sano. Como los amigos que hacen eses calle abajo abrazados, sabiendo que el mundo es suyo durante esas horas, y nada puede cambiarlo.

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

Y en el fondo del vaso hay un destello que deslumbra si no sabes bien cómo mirarlo. Es una mirada limpia. Una melodía adornada con destellos mágicos. Son los gestos de las manos explicando algo, girando, girando. El acento inconfundible de un mundo cercano y a la vez extraño. 

Y todo esos detalles tienen dueña. Igual que la cama en la que siempre nos tumbamos. En la que siempre nos mostramos tal y como somos sin haberlo esperado. Y mientras todos hablamos, María sonríe, interviene y se ríe. Y nos invita a su casa-colegio. Que hay sitio para todos. Que nos acoge cuando queramos. Que nos reunamos pronto. Que hay que celebrarlo.

¿El qué?

Acaso importa?

Solo celebrarlo. Nada más. Celebrar que somos amigos. Que nos hemos conocido. Que nos hemos descubierto. Que nos hemos encontrado.

Celebrarlo con una taza en la mano. Una cerveza. Un vaso.

Y entrechocarlos con fuerza. En todos los idiomas. Brindando. Por todos. Por nosotros. Por los años que durarán las vivencias que hemos acumulado.

Brindando y destejiendo promesas de volver a encontrarnos.

Para hacer del tiempo algo certero y aprender a domarlo. Hasta que nos sirva a nosotros. A nuestros sueños, a nuestros proyectos, a nuestras reuniones de sentimientos con las que nos cuidábamos.

Hasta quedarnos dormidos en un pueblo perdido en los Cárpatos.

Sonriendo. Siempre sonriendo.

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

Vagando por la tristeza

La tormenta se desataba en el exterior, como un cúmulo de convulsiones que se retuercen en embestidas salvajes sin final.

Salí del portal y los soportales de piedra apenas eran capaces de protegerme del vendaval. Estaba calado, como un perro perdido que no sabe a dónde ir, tampoco a dónde volver. Ante tal panorama decidí sentarme y entrar en calor con la última cerveza que me quedaba. Metí la mano en el bolsillo, posé la cerveza y haciendo refugio con las manos logré encender un cigarro que me supo a barro, sangre y finalmente a gloria. Exhalé el humo y me lo volví a llevar a los labios, perdiéndome en cada calada. Permanecí así indefinidamente, con la mirada vagando en la negrura de la noche, hasta que el manto de lluvia logró devolverme a la realidad.

Tenía que volver a casa.

Me palpé el labio y comprobé que me sangraba donde apenas media hora antes había recibido su puñetazo. No sabía qué hacer, pero sin duda la solución no era quedarme allí. Me puse en pie y eché a caminar, haciendo eses, bajo la cortina de agua.

Hasta que me perdí en el horizonte.

jueves, 17 de octubre de 2019

Carta desde la soledad de una habitación a kilómetros de distancia. Firmado: la amistad.

Estoy en Cluj Napoca, solo por primera vez en 10 días y mi pecho se encharca de tristeza por todo lo que se ha terminado, tan de golpe, que no ha habido tiempo para reaccionar al tiempo de choque con la realidad. El mundo está menos luminoso, menos azul y yo solo puedo refugiarme en los recuerdos de estos días, como un loco suicida que se aferra desesperadamente al último hálito de esperanza que le queda para evitar saltar al vacío sin llegar a mirar los golpes que le separaban del suelo.

Hay ocasiones en que la vida te sorprende con un regalo que ni tan siquiera puedes llegar a esperarte, como esas piedritas brillantes mágicas y misteriosas que a veces te encontrabas en el suelo cuando eras niño y guardabas en una pequeña caja de tesoros con el fin de algún día ser capaz de descifrar su significado. Es un poco de esa metáfora de lo que os estoy hablando.

Vero es de ese tipo de personas que te salvan de las caídas, te escuchan invitándote a derribar cualquier muralla y te abrazan cuando necesitas una sonrisa a mano. Tiene ese don de hacerte sentir tu mismo, y os juro, realmente os juro, que eso es una clase de magia muy difícil de encontrar. Con gente así jamás te sentirás solo. Por eso miras el fondo del vaso y te preguntas qué es lo que ha hecho que entre 600 millones de almas tú hayas tenido la suerte de toparte con una mirada así, que es refugio cuando hace falta y libertad cuando simplemente necesitas exteriorizar tus miedos, purgarlos y volar. Simplemente volar.

Te sujeta la frente en silencio, mientras sin necesidad de palabras te dice que todo irá bien, y tú, sí tú, tú te lo crees, porque sabes que es la pura verdad, y lamerse las heridas nunca ha sido realmente la salida de emergencia que necesitabas. Sino simplemente una sucia forma de engañarte con que todo lo que iba mal no se podía realmente solucionar. Y ahora sabes que no es así. Y esa, esa es la clase de magia de la que os hablo. La capacidad de cuidar la amistad sin necesidad de grandes hazañas, sin grandes sacrificios, sin grandes gestas, solo cuidando, en el más puro y sencillo de sus significados, cuidando a quien te importa, con pequeños gestos, con pequeños rituales, con pequeños hechos cotidianos que te hacen sentir libre, seguro y protegido. Así, sin más, con esa facilidad sincera.

* * *

Son historias en las noches de final de década, poesías revoloteando en el aire, heridas que sanar a cicatriz abierta, sueños que forjar por mucho que sepamos que la vida y el futuro a veces aprieta. 

Son historias de telón abierto, precedentes de los locos años 20 que están por venir, de los días largos, de las noches eternas, de los vasos de alcohol perdidos entre las esquinas, aferrándose al tiempo que se nos escapa entre los dedos. Y yo sonrío, porque todo se va, pero quedan los recuerdos, y tengo la cámara fotográfica de mi mirada lista para disparar en cualquier momento y atrapar el instante tal y como quiero que quede en mi memoria. Precioso. Puro. Sin filtros, muros ni miedos. Solo dos hermanos de sangre unidos por la valentía de atreverse a brindar sin palabras que serían amigos por mucho que pasara el tiempo.

Hay una frase de Escandar que me gusta mucho y creo que es tan certera que debo transcribirla como si realmente fuese mía, nuestra quiero decir. Para hacer un hogar tuve que encontrarle, y ahora que las noches vienen a regalarnos su incertidumbre nosotros nos protegemos juntos, espalda contra espalda, para que nadie pueda clavarle un puñal sin tener que clavármelo a mí primero. Eso es para mí un poco la amistad, dos senderos que discurren juntos por un indefinido tiempo de descuento, el suficiente como para marcar la diferencia del partido y decidir si jugarlo al todo o nada con nuestra felicidad o simplemente disponernos en formación defensiva y perdernos todo lo hermoso que puede traernos. Soy más de lo primero, lanzarme con los ojos cerrados al encuentro del otro. Al menos ahora que soy un poco menos cobarde que antaño. Y os juro que vale la pena, yo por lo menos no me arrepiento.

En las noches de estrellas en que el cielo está cubierto, siempre hay un lugar al que mirar y buscar recogimiento. No es que sea nada por lo que dar envidia, ni por lo que tener miedo. Pero para mí ese vínculo que hilamos con facilidad, cuidado y esmero, es mayor tesoro que todos los que podamos encontrar en los yacimientos arqueológicos del mundo entero.

Y ya solo por eso, os aseguro, que vale la pena tener por amiga a Vero.


miércoles, 16 de octubre de 2019

Que duro es mirar hacia dentro

La soledad de este mundo nos tiene acostumbrados a caminar sin rumbo, a no saber nunca a dónde ir, a dónde llegar, a dónde mirar sin perder los pasos de nuestras huellas que quedan atrás. Sordos y mudos nos echamos las manos a la cabeza ante tanto dolor y solo logramos llorar por quienes hemos dejado de ser. Podría creer que dejándome llevar llegaré a alguna meta, pero la pregunta sería ¿Qué meta? ¿Es realmente la meta a la que quiero llegar?

El corazón explota en todas las direcciones y la mente se precipita en un túnel del que resulta imposible salir más allá del martilleante recuerdo de sentirte feliz. Deberíamos tratar de hallar respuestas a tanto caos, pero resulta patéticamente inviable si no nos atrevemos a formularnos las verdaderas preguntas que nos inquietan e impiden dormir.

Sorpresas hay siempre, solo hay que tropezar con las esquinas correctas.

A veces me siento a mirar por la ventana, con la mirada perdida, echando cuentas de los años pasados, de la vida vivida, de los recuerdos soñados, del tumulto intempestivo que se desata en mi pecho cuando me araño el alma tratando de comprender qué hacer conmigo mismo de ahora en adelante.

Las dudas te atenazan como fantasmas que precisan de tu ser para mantenerse a este lado de la realidad, y la suerte se fugó junto a los dioses muertos en combate, solo resta decidir por uno mismo el sendero que recorrerá de ahora en adelante; y atreverse a hacerlo. No hay más, el resto es cobardía. Y su única función es hacer que nos arrepintamos cuando ya es demasiado tarde.

Mientras tanto, no lloremos, y echémonos a caminar.

Se me escapan las emociones entre los poros de la piel

A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
y con eso ya tiras.

Y es en ese momento en que levantas la vista y te cruzas con miradas que no te esperabas
palabras de calma y caricias del alma
ojos que hablan sin necesidad de mover los labios y te recuerdan
que todo va bien,
que no pasa nada,
que estés tranquilo,
que lo importante es ser feliz.

Supongo que por eso a veces tengo tanto miedo de mí mismo,
por temor a ser capaz de expresar lo que siento bien a dentro del pecho,
por temor a liberar el sello y susurrar al viento toda la pólvora
que está lista para estallar en cualquier momento.

A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
y con eso, pues oye, ya tiras.

Y la cerveza en el vaso,
y el corazón en la mano,
y las frentes apoyadas una a otra
y los abrazos eternos que quieres que nunca se terminen,
y por algún motivo tienes ganas de gritar, de correr, de saltar, de volar,
pero no lo haces
porque ante ti se abre el vacío de lo desconocido,
y no lo haces
porque temes a esa caída que se precipita ante tus ojos más allá de tus pies
donde no puedes pisar firmemente
donde no ves que hay al otro lado de ese túnel que tanto deseas traspasar
entre tinieblas.

Existe una leyenda que habla de un castillo entre la bruma,
un lugar al que solo se puede acceder si no tienes miedo a soñar,
a soñar en todos los sentidos:
tanto pesadillas como fantasías de idilio,
es allí donde te encuentras contigo mismo
si te atreves a entrar
a través del portal que se alza inabarcable en el horizonte.

Existe una leyenda sobre un castillo que habita entre la bruma,
perdido en ninguna parte,
seguro en forma de sombra difusa,
como una constante que nos recuerda a donde queremos llegar,
que nos recuerda a donde queremos ir,
que nos susurra entre los lamentos del viento
que allí habitan todos los sueños que nunca nos atrevimos a vivir.

A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
y con eso ya puedes ir tirando.

Lo suficiente como para lograr ser feliz.

Hasta volver a toparte con esa calma que se tuvo que ir.

A donde no habitan las palabras.

Y hablan las miradas.

Las caricias.

La poesía.

El alma.

A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
para sentir en tu pecho la libertad de sonreír.

Silencio en la muerte

Sudor, sangre y dolor,
el llanto onírico de un país sin nación,
que sufre represión,
que cae en ebulición
en un canto sin llanto a la rebelión.

¿Cuanto dolor podremos soportar?

Antes callar que olvidar,
mientras los muertos se acumulan en el camino,
abrimos miedos para el asilo,
seamos cadáveres en vida con la calma en la palabra,
arderemos cuando nada quede,
arderemos cuando no haya nada.

La vida y la muerte dependen del hemisferio,
por eso este cementerio
se llena de informativos que no nos interesan
donde está la miseria
quien empezó esta guerra,
acabemos con la baraja
y repartámonos nosotros las cartas.

Quiero gritar
cuando la lluvia me ahogue
cuando nada me inunde
cuando no haya salida para este derrumbe moral
que es el mundo que nos ha tocado vivir
que es este mundo servil que solo responde al sufrir.

Quiero huir y escapar
y ya no queda nada
quiero huir y escapar
y solo me queda la voz apagada.

martes, 15 de octubre de 2019

Deseo irrefrenable de conocer el mundo más lejos que nadie

Saco brillo a la navaja de la inteligencia
de la poesía del vivir, del sentir, del impulso irrefrenable de seguir
de llegar siempre más y más lejos de aquí
de saber todo
de comprender todo
de ser eterno para descifrar los misterios de este tiempo fugaz en el que seremos
segundos de un reloj sin miedo
que gira como el viento
como un canto inefable en el cementerio de los libros que no tienen dueño
esperando a encontrarte
a hallarte
a abrazarte
a ser un baile que espera salvaje
entre bosques y prados refulgentes al sol de enero
seremos, seremos
seremos todo lo que esperemos
pero no hay forma ajena de ser un mar en posición de defensa
atacando las fronteras de nuestro pensamiento
de este tópico ingobernable
que termina en un viaje eterno.

Inteligencia emocional para estos tiempos en que quieren acallar los sentimientos.

Regresa sin irte, vive sin miedo, sueña sin tocar el fondo, de un mundo de luz para todos

El mundo tiembla como los frágiles instantes antes de hallar tu destino,
no hay salida para las locuras
pero el camino es más llano cuando crees hacer lo correcto.

Tropezaría con la eternidad cien veces con tal de acariciar la fugacidad del instante,
y la noche se llevó todo
y la muerte se tragó de un soplo lo poco valioso que teníamos,
a cambio nos endureció como el cuero curtido
y el pelo se agitó al viento
sabiendo que el cuerpo fibroso
soportaría todos los dolores que el sudor le impusiese.

Abrimos la boca para callar los sueños
pero liberarlos es abrir los brazos a la suerte
y la felicidad es tan poco como atreverse honestamente a saborearla
así de alguna forma te toparás con ella
y todo cobrará sentido
sin temer nunca más a las caídas
nos tatuamos el cuerpo
para jamás olvidar quienes queremos ser y quienes somos
es un baile de locos
pero un baile que vale la pena
a fin de cuentas
¿Quién puede echarse atrás cuando ha elegido su camino?

Sonríe
porque valdrá más que cien soles
y sin saber donde encontrar los honores
salvamos el alma a base de paz con nosotros mismos
me baño en libertad para poder abrir las alas
y la poesía me envuelve como una bandada de aves que me alzan a los cielos
lejos
muy lejos
más allá de ese mar de atardeceres
que es la eternidad de los horizontes.

Saltaría siempre
por llegar más allá
sonreiría siempre
para ser feliz.


No temas a nada, solo a no ser tú mismo cuando elijas el camino que te dará ganas de vivir.


Llega siempre más allá, más allá de donde jamás haya llegado nadie siempre.

jueves, 10 de octubre de 2019

Parada sin descanso

El mundo da vueltas
en una vorágine sin final,
no hay salida, no hay nada,
solo una caída de párpados al más allá.

Los Cárpatos se deshacen en ríos de pena
y el dolor se cobija a la sombra del cielo,
cruel lamento sin gloria,
eterno reloj sin hora.

Timbran las campanas
golpes de inestabilidad,
me fallan las rodillas, me aflora el caos,
no logro comprender más allá.

De nuevo aquí
frente al dolor en blanco
y la cuerda ya se ha roto
sin pausa ni reparo.

Vaya desamparo que nos espera,
vaya inercia sin fin
vaya existir
vaya, en fin, en fin...

Salto y la pólvora salta,
caigo y la vida aplasta,
barro en el traspiés que resbalo,
fango, para retorcernos hasta lastimarnos.

¿Qué será?
¿Qué será?

jueves, 3 de octubre de 2019

Saborea la nieve para hervir la sangre helada

Las curvas bailan frente al paisaje
en ese erótico instante en que deslizarse
implica el riesgo de no volver atrás,
el sol de octubre se pierde en el horizonte
y Castilla se desviste ante la mirada estupefacta
con toda su sensualidad.

¿Dónde están los besos que no dimos?
¿Habitan en algún lugar o se han perdido para nunca regresar?

Las estaciones destilan la tristeza de las vidas que están de paso
como esos vínculos que nos negamos a profundizar
por miedo a salir dañados.

Sucia cobardía sin madurez emocional
que nos creemos fuertes por ser tan débiles de temer a abrir el corazón.

El tren ya está rodando
y los campos dorados relucen
bajo el refulgente astro mayor,
tenemos mariposas en el estómago
por sobredosis de sueños rotos
y hago camino con la mirada limpia,
perdónate amiga como he hecho yo mismo,
perdónate que solo así crecerás sin arrastrar la ristra de heridas
que brillan en lo alto del tiovivo en el que vivimos.

El mundo sonríe porque llorar es abrigo
y buscamos cobijo en abrazos de olvido
conscientes de que la solución sería trabajarnos
y cuidar los vínculos.

Somos poesías sin terminar
porque nunca dejaremos de aprender,
te juro hermana, que por muchos desastres de ansiedad
la vida nos llevará a donde sea que podamos ganar nuestra felicidad.

miércoles, 2 de octubre de 2019

A orillas del Atlántico

A orillas del Atlántico
donde nos lleva el viento
nos topamos con el camino
que siempre recorreremos.

A orillas del mar de enero
los ojos de octubre
nos recuerdan donde estaríamos
cuando dejemos de mecernos.

A orillas de esta niebla
que entre los vendavales
levantan el vuelo,
solo entonces podremos soñar con lo que soñemos.

A orillas de un mundo de recuerdos
nos balanceamos en la cuerda floja
a miles de metros del suelo
y es ahí donde estaremos.

Y es ahí donde estaremos
cuando nos encontremos.

Y es ahí donde estaremos.

Y es ahí donde estaremos
cuando nos encontremos.

A orillas de esta mar que es nuestro
el universo cobra fuerza en un atardecer de estreno
y el horizonte nos invita a perdernos
y el viento nos lleva lejos; lejos; muy lejos.

A orillas del Atlántico
será ahí donde estemos.

A orillas del Atlántico
será donde los recuerdos vivan eternos
cuando llegue el momento
en el que en la libertad del horizonte nos encontremos.