viernes, 25 de octubre de 2019

Lutte

La música discurre como un reguero de notas por descubrir,
el paisaje se desdibuja con calma veloz
incapaz de detenerse ni por un instante
aunque quieras detener el tiempo
y hacer esos recuerdos eternos
sin llegar a perderlos entre los dedos que nos erizan la piel.

Rumanía se despide de los Cárpatos ladera abajo,
los valles envueltos en niebla
dejan entrever copos de nieve que se derriten
al calor del río helado que rumorea
sin detenerse
siempre hacia abajo,
siempre hacia abajo.

Vatra Dornei camina con el sol de otoño,
jugando a la hojarasca rebelde
en torbellinos de libertad,
mientras nuestros pasos nos guían
allá donde siempre supimos que nos encontraríamos.

¿Qué tienen los días de otoño
que los atardeceres son preciosos?

Saez desteje su guitarra en constante melodía de lucha
sabiendo que llegará el día
que escuche esos acordes
y salte en mi memoria el resorte
que active las imágenes de aquellos tiempos
en que vivía en Rumanía ajeno
a todo lo que el universo se afana
en mantenernos siempre firmes y rectos
en las disposiciones cotidianas
que hacen rehuir nuestros sueños.

Los pasos en la playa imprimen huellas por la arena mojada
postales en blanco y negro
de niños sentados al final del muelle con los pies suspendidos
chapoteando sin miedo
a todo lo que podría llegar,
y es que ahí
la inmensidad es eterna
y los ángeles ya alzan sus vuelos
como puertas del paraíso que se abren
ante nosotros
mientras en el regazo solo nos queda una pequeña pluma
a modo de recordatorio de que todo existió,
como un broche escondido en la chaqueta
escribiendo nuestra maldita novela secreta.

Ardiendo en llamas.

Viviendo en sombras.

Tratando de aferrarnos a este mundo
a través de los versos que escribimos desnudos
en poemas de dolor
que discurren como el rastro que deja el viento
por las calles de la rosa de fuego.

Siente el vaho entre los dedos,
saborea mi aliento,
revuélvete el pelo,
y piérdete bien
bien
lejos.

Solo donde Carax pueda vernos.

Desde la distancia.

Todo lo demás serán cartas plegadas ardiendo en cenizas que no dejarán nada.

Solo rastros de vida aferrados a aquellos días
en que la poesía eran las ruinas de una fantasía
que nunca se cumpliría.

Porque solo recordamos lo que nunca sucedió.

Y Daniel, olvidarás su rostro, pero siempre podrás volver al Cementerio de los Libros Olvidados.

Siempre otra vez.

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