A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
y con eso ya tiras.
Y es en ese momento en que levantas la vista y te cruzas con miradas que no te esperabas
palabras de calma y caricias del alma
ojos que hablan sin necesidad de mover los labios y te recuerdan
que todo va bien,
que no pasa nada,
que estés tranquilo,
que lo importante es ser feliz.
Supongo que por eso a veces tengo tanto miedo de mí mismo,
por temor a ser capaz de expresar lo que siento bien a dentro del pecho,
por temor a liberar el sello y susurrar al viento toda la pólvora
que está lista para estallar en cualquier momento.
A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
y con eso, pues oye, ya tiras.
Y la cerveza en el vaso,
y el corazón en la mano,
y las frentes apoyadas una a otra
y los abrazos eternos que quieres que nunca se terminen,
y por algún motivo tienes ganas de gritar, de correr, de saltar, de volar,
pero no lo haces
porque ante ti se abre el vacío de lo desconocido,
y no lo haces
porque temes a esa caída que se precipita ante tus ojos más allá de tus pies
donde no puedes pisar firmemente
donde no ves que hay al otro lado de ese túnel que tanto deseas traspasar
entre tinieblas.
Existe una leyenda que habla de un castillo entre la bruma,
un lugar al que solo se puede acceder si no tienes miedo a soñar,
a soñar en todos los sentidos:
tanto pesadillas como fantasías de idilio,
es allí donde te encuentras contigo mismo
si te atreves a entrar
a través del portal que se alza inabarcable en el horizonte.
Existe una leyenda sobre un castillo que habita entre la bruma,
perdido en ninguna parte,
seguro en forma de sombra difusa,
como una constante que nos recuerda a donde queremos llegar,
que nos recuerda a donde queremos ir,
que nos susurra entre los lamentos del viento
que allí habitan todos los sueños que nunca nos atrevimos a vivir.
A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
y con eso ya puedes ir tirando.
Lo suficiente como para lograr ser feliz.
Hasta volver a toparte con esa calma que se tuvo que ir.
A donde no habitan las palabras.
Y hablan las miradas.
Las caricias.
La poesía.
El alma.
A veces como que solo necesitas que alguien te escuche
para sentir en tu pecho la libertad de sonreír.
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