miércoles, 16 de diciembre de 2020

El final del laberinto

Y todo se conecta, y todo termina, y todo se entrelaza y termina por encontrar su lugar en esta inmensa historia que es la vida. Pasos y pasos que se arrastran por el empedrado de las calles, como cortinas de ilusiones que se proyectan vaporosamente desde los arcos y contrafuertes de monumentales construcciones de piedra y tiempo que nos custodian cada día. La luz se filtra tiñendo el día de esperanza y futuro, y allí, en ese mundo de sombras que se afana por sobrevivir, todo cobra vida.

Miro entonces el mundo, y comprendo que todo se ha terminado, que ya nada volverá, que el tiempo definitivamente ha comenzado a robarme los años y solo queda seguir en esta partida luchando por sobrevivir entre líneas y versos por toda la eternidad.





He terminado hoy, sin saber bien cómo, El laberinto de los espíritus, y todo se ha cerrado, todas las historias llegan a su fin, y la vida se ha mostrado con toda su plenitud, agotadas ya las cenizas de años atrás. El ciclo se ha terminado, y el largo camino recorrido desde un lejano verano de cristal entre el Atlántico y el Mediterráneo se refleja en mis pupilas conscientes de que este es el último paso de tantos.

Tenía escasos 12 años cuando El príncipe de la niebla se cruzó en mi camino. Recuerdo todavía el día que lo compramos, un día antes de irnos de viaje a la costa, como solíamos hacer siempre en familia por aquellos años. Mi padre, yo y mi hermano nos adentramos en el Carrefour, una suerte de mundo aparte donde hallar cualquier cosa. Íbamos a comprar cosas para el viaje y un libro para mi madre, para que tuviese lectura para la quincena en la playa. Nunca habíamos hecho eso, me sorprendió en ese momento y me sigue sorprendiendo a día de hoy. 

Nos adentramos en la sección de libros y comenzamos a buscar por ese pequeño laberinto de pasillos y estantes. Los títulos se sucedían, enumerando infinitos mundos que en toda una vida sería incapaz de alcanzar. Yo por entonces ya devoraba todo lo que ponía ante mí y tanto daba unos libros más grandes o más pequeños. A fin de cuentas, la diferencia entre un libro para adultos y un libro infantil es que las grandes verdades de la humanidad se muestran con ilustraciones en un caso y tinieblas en el otro. Supongo que porque unos nos enseñan a soñar con lo que tendremos y los otros nos brindan la oportunidad de soñar con lo que ya jamás tendremos.

Sin saber cómo nos detuvimos ante un libro en concreto. Una suerte de caserón fantasma se abría en la portada, a su vez inundada por un verde huidizo que pronosticaba una suerte de embrujo del que resultaría incomprensiblemente imposible escapar. El príncipe de la niebla se abría ante nosotros, con sus escasas páginas y su letra juvenil, pronunciando un conjuro oscuro que sin ser conscientes nublaría las miradas de mi hermano y de mí.

Seguimos buscando libros, pero ese en concreto seguía allí, como un salmo silencioso e invisible que llenaba toda la estancia. Mi padre volvió a ojearlo y sentenció que nos llevábamos ese, que a mamá le gustaba este autor. Lo cogimos, sin saber bien por qué, sonrientes y emprendimos nuestra compra. En nuestro interior la excitación por el próximo viaje nos alteraba. Con los años he pensado que se debía en realidad al tesoro que llevábamos en el carro de la compra sin saber que ese día sería el día del punto de inflexión, el día en que nos adentraríamos en las sombras de un laberinto de tinieblas en una ciudad de cenizas. Un laberinto de libros y fantasmas. Un laberinto de vidas que se entrelazarían hasta construir a nuestro alrededor la bendita maldición de la literatura.



En ese viaje todas mis lecturas se escurrieron entre mis frágiles manos de niño. Así que entre Gibraltar y Sevilla pedí permiso para leer el libro nuevo de mi madre. Un hechizo se apoderó de mí, incapaz de soltar esas páginas. Durante varias horas el mundo se convirtió en un rincón en la costa francesa donde un caserón de tinieblas, sombras diabólicas y personajes malditos se entrelazaban para acabar sumergidos en una bahía oscura de aguas verdosas de donde nadie jamás podría salir. Sería saltar temporalmente en la historia, pero esa bahía que siempre me imaginé, 4 años después la encontré en un cabo perdido en Murcia. Nunca lo entendí, pero ahí estaba, tal como la había soñado tantas veces.

La cuestión es que el cambio era ya imposible y el tiempo jamás podría detenerlo. Las siguientes novelas de la saga fueron cayendo en mis manos. No sabría situarlas en el tiempo, solo sé que en un intervalo menor a 4 años. Lo importante, a fin de cuentas, fue lo que pasó el verano siguiente.

Había un libro en casa que no paraba de llamarme. Una sombra en el viento que susurraba pasos que jamás nadie encontraría. Su ubicación se hallaba en el armario de los libros imposibles, libros todavía lejanos para rozar con mis manos y más durante el curso, donde las lecturas desgraciadamente tenían poco espacio. Por suerte, al finalizar las clases lo pedí, y me vieron los suficientemente avistado en las ardides de la literatura para ser capaz de comprenderlo. No sin antes recomendación de si estaba seguro, y que ese libro era demasiado adulto para mí. No importó, nada importó. Yo lo devoré.

Barcelona se destejió en un manto de intrigas, misterios, vidas robadas y futuros inciertos jamás soñados antes. Las cenizas y las tinieblas se filtraban en un manto de claroscuros del que resultaba imposible escapar. Esa Barcelona de magia y fantasmas, de historias entrelazadas, de esperanzas truncadas, de lienzos y sábanas agitándose al viento como ilusiones y reflejos de algo que no había podido conocer hasta ese momento. Barcelona, esa ciudad bruja y maldita de la que es imposible escapar. Muchas veces he recorrido esas calles tratando de resucitar ese tiempo que viví tantas y tantas veces en esas páginas y jamás he logrado lo perseguido. El espejismo se escapa siempre cuando crees que eres capaz de alcanzarlo ya con los dedos.

La sombra del viento abrió ante mi un mosaico de mundos, de vidas, de escondites en los que encontrar refugio siempre. Nadie te puede enseñar a escribir, pero comprendí cómo comenzar a escribir. Las letras en mis manos se sucedían por encanto cada vez que tenía que desgranar algo con mínimo de tiento literario. Las redacciones, textos, relatos, cobraban una mayor vida, como un esqueleto inerte que pese a todo se arrastra incapaz de rendirse porque sabe que en la vida reside toda la luz a la que algún día podrá aspirar. Y yo, como un marionetista de sueños rotos, procuraba encontrar el sentido de tanta luz y ceniza en las páginas de la literatura para volcarlas en mis propios textos.

Ahí, en esas páginas que no sabría situar ni rememorar el día en que comencé y terminé La sombra del viento, fue donde un mundo de literatura se afianzó en mí. Aunque el punto de inflexión, el punto de no retorno inconsciente y desconocido siempre será aquel día en que compramos el libro de El príncipe de la niebla a mi madre, como ya he dicho.






Y todo se conecta, y todo cobra vida y todos los sueños, esperanzas y lágrimas en sangre viva se conjugan en este lienzo de fotografías que son las páginas de El laberinto de los espíritus. Hoy lo he terminado, cuando ya hace años que he consagrado mi vida a la literatura, inconsciente de mí, que no sabe que las letras no las escoges tú, sino que son ellas quienes deciden jugar contigo a las escondidas en medio de sus frágiles castillos de naipes. La poesía, la única herramienta de la que puedo valerme, se desangra en mí como una imperiosa necesidad por sobrevivir y el arte se ríe en mi cara ante mi vanidosa elección de salir a bailar con el alma desnuda y los brazos llenos de heridas. Quizás así, ante toda mi vulnerabilidad, la vida se digne a brindar el dominio y oficio para quien nunca del todo esta existencia llegó a comprender.


Miro entonces el mundo, y comprendo que todo ha llegado a su fin, que las puertas de entrada y salida se han confundido continuamente, que escribimos para nosotros, para existir, para comprender y para los otros cuando no tenemos otra cosa que hacer más que aferrarnos a esta existencia. Y entre cenizas, sombras en la mirada, sueños rotos y esperanzas cegadoras, solo hay una ciudad maldita en la ya nada volverá. Pues el tiempo definitivamente ha comenzado a robarme las horas de mi propio reloj y ya solo queda seguir en esta partida luchando por sobrevivir haciendo equilibrios entre las filigranas de líneas y versos por toda la eternidad. Porque resistir es poesía y yo pensé que viviríamos para siempre, al menos mientras quede alguien que todavía en el viento y en las sombras tras sus pasos nos pueda recordar.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Solo vinimos al mundo para cometer errores

Los pasos se pierden por la madeja de calles mientras la lluvia cae dibujando acuarelas emborronadas de vidas que ocultas tras portales y callejones que cobijan a las almas que nadie recuerda. Él, hombre solitario que quemaba sus puentes con el mundo sin darse cuenta, comprendió en ese momento que era una forma deliberada para evitar que nada ni nadie pudiera cruzarlos. En un mundo de tinieblas, solo los fantasmas son capaces de atravesar cualquier pared. Y él ya convivía con demasiados como para dar cobijo a algún espíritu desvalido que buscase atormentar algún corazón roto.
Llegó pronto a una plazoleta más grande, ubicada en el corazón del laberinto de calles y desde allí advirtió el sinuoso camino que se abría colina arriba, en un estrecho callejero que hace más las veces de cementerio en vida que de sus funciones civiles para las que presumiblemente había sido concebido. Tanto daba, la gran inmensidad de la gente no se aventuraba más allá de esas calles, habían aprendido a conocerlas como la palma de su mano, y nadie busca atrapar nada más allá de sus manos. Más que nada, porque tampoco habría nada que encontrar. 

A medida que subía por ese camino se daba cuenta que no sabía bien qué buscaba. Las estrellas calles y las ruinosas casas habían dado pronto paso a amplias avenidas y caserones de ensueño donde la alta burguesía se había granjeado sus vivencias a las puertas de San Pedro. Si el camino al infierno está hecho a base de buenas intenciones, está claro, que por pura estadística antagonista, el cielo debe de tener unas escaleras muy diferentes. Quizás por eso la ostentación y el lujo del que hacían gala aquellos palacetes no tenían nada que ver con grandes esperanzas ni buenas intenciones, sino más bien por un ansia de opulencia y vanidad con la que recordar a los de abajo que es abajo donde se deben quedar en sus patéticas existencias. Dios misericordioso, en su infinita benevolencia, hacía tiempo que había aprendido a distinguir entre los que daban caché al Paraíso y los que era mejor mantener alejados por pura prudencia. El derecho de admisión siempre ha sido el arte más refinado al que la ingeniería social nos ha ido acostumbrado.

Una vez arriba, con las ropas raídas y el frío calándose en los huesos, pudo asomarse a uno de esos miradores que coronaban lo alto de la montaña. Desde allí el desfile de ruinas existenciales era infinito y la Ciudad Maldita se abría paso hasta donde alcanzaba la vista, recordando que no había salida para las almas rotas más allá de la muerte.

- Ingenuos. - Masticó para sí mismo. - Ni siquiera la muerte nos concede el ansiado perdón con el que poder descansar por toda la eternidad.

Consciente de que ya no tenía nada que hacer que no hubiera hecho se resignó a paladear sus últimos instantes, con la esperanza vacía y los bolsillos llenos de dolorosos recuerdos que le pesaban más que todos los errores que había cometido en vida. Y eso que eran muchos.

Allí, tras el velo de anonimato que le dotaba de plena inmunidad, se sintió libre por primera y última vez en su vida. Había arruinado vidas y arrastrado miradas resquebrajas a su paso a medida que caía. Probablemente lo mejor que podía hacer ahora mismo era desaparecer para siempre. En realidad, era la única solución. Miró a sus espaldas, donde el infinito cementerio se extendía hacia la cima y traspasaba las nubes y sintió que todos sus pasos le habían llevado hasta allí. Hasta ese último instante que le permitiese echar cuentas y arrepentirse. Consciente de que era su última oportunidad para morir sonriendo. Y lo intentó.

El cielo era de ceniza, pero el silencio que se filtraba vaporosamente entre los resquicios de la memoria le recordaron que ya no había nada. La Ciudad Maldita mantenía su pulso constante, ese que absorbía todas las vidas hacia el interior de su laberinto y las exhalaba como cristales rotos de un espejo al que nadie se atrevería a inclinarse. La suerte se había fugado hacía mucho ya de ese lugar y solo quedaban tinieblas entre las que habitar.

Suspiró, como suspiran aquellos que finalmente lo han comprendido todo y se lanzó a volar. Mientras el mundo se fundía en un vertiginoso y profundo sueño del que nunca volvería despertar.

Susúrrame su nombre al oído

Entre la ceniza que caía del cielo

te besé

buscando la salvación,

pero entonces

supe que el infierno vivía en ti

y yo quería arder,

arder eternamente

para perderme en todo tu ser.


Y ya la ciudad en llamas

se filtra entre el polvo que flotaba en el aire,

y el cielo lloraba

pavorosas lágrimas de atardecer,

como si no hubiese ya mañana,

como si no hubiese ya mañana...


Nuestras tinieblas

jugaron con el tiempo

creyéndonos eternos

cuando éramos solo dos velas

consumidas en un efímero instante.

Y tú mirada lo decía todo,

ambos sabíamos que tu mirada lo decía todo.


Y te besé

para olvidar,

y te besé

para olvidar todos los fantasmas que habitaban entre nosotros.


Cuando desperté

tú ya no estabas

toda tu magia se había ido,

el hechizo se había esfumado

y me supe ridículo

por haberme atrevido a soñar 

en el inestable equilibrio que era tu luz infernal.


Mil cristales en el suelo,

única pista de que aquello había ocurrido,

sonreí al mosaico de reflejos

que distorsionaron todo mi ser

y eché a caminar entre tumbas sin nombre,

cenizas de otro tiempo

que algún día

volverían a caminar

entre los vivos de este laberinto,

almas rotas 

aferradas para no hundirse en la tempestad,

almas rotas

donde ya no queda nada más que el olvido.


Dime

¿qué hiciste con el frío?

dime

¿cómo hiciste para quitarme el frío?


Solo mírame

y dime

cuál fue la primera vuelta que di 

en este bucle en el que me he perdido.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Gráfico de las visitas del blog año a año

No suele ser habitual que los lectores de un blog puedan ver las visitas que este tiene, pero quiero hacer una excepción y mostraros la evolución del blog en relación al número de visitas anual.


Mirad que monada!!!



sábado, 5 de diciembre de 2020

Memoria de cenizas

Escribimos para olvidar

porque solo así podemos silenciar a nuestros demonios,

esas tinieblas

de mirada y sonrisa de cristal

que vigilan cada movimiento

esperando un paso en falso

que les permita devorar

las pocas esperanzas que creíamos tener.


Tragamos con lo que tenemos

porque no tenemos nada

más allá de un puñado de recuerdos

y agrios remordimientos

que nos mantienen en pie

los días de lluvia y noche negra.

Como si todo dejase de tener sentido de repente.


Y nos aferramos a la fe,

a la ciega locura

y al rastro de cenizas olvidadas en algún cenicero

al lado de unas sábanas deshechas

y un corazón apagado en standby.


Hasta que la fórmula explota en mil pedazos

y nuestros demonios cobran forma

habitando en lo alto de nuestros tejados,

conscientes

de que no hay otra salida ni futuro

que sucumbir al vacío

y dejarnos caer.


Suerte tendremos

si llegamos a ver más allá

de ese rastro de miserias.

Quizás, por eso, escribo

sin entender nunca las reglas de este laberinto infernal.

Pesadillas fingiendo que me gustaba tragar

Toda la vida dando vueltas

en esta ruleta en la que perdemos todas nuestras cartas

como miradas calladas que no valen nada,

solo podrías aprender a caer cuando te atreves a ver

más allá de toda tu piel,

cómo seré?

el camino a tu ser comienza el día que te pude comprender.


Cuando la vida te apaga,

te consume como colillas olvidadas

en un cenicero de pocas intenciones y muchas palabras,

desfilan los muertos recordando que todo se acaba.

No sabría entender el final

pero allá hay una caricia falsa

de esas que te desnudan y te olvidan el alma,

¿Sabías que nunca me atreví a ser feliz?


Y te juro que no la vi venir,

que creía que tendría sin ti

toda una herida de sangre enfangada,

y ya c´est fini,

este juego de muchas puñaladas

y muy pocas ganas

de poner de tu parte

y me parte

el cora el saberme tan olvidada

que comprendí

que para mí

el único cuento feliz

es ese en el que nunca fui feliz.


Comprendí que el único cuento feliz es ese en el que nunca fui feliz...

Que nunca fui feliz...

Que nunca fui feliz...

Que sabes que nunca fui feliz.

martes, 1 de diciembre de 2020

Sin

Lágrimas de luz en las cortinas del tiempo

poemas lejanos de otro tiempo

cantos de muertos de otro tiempo

silencio en la noche del tiempo.