Entre la ceniza que caía del cielo
te besé
buscando la salvación,
pero entonces
supe que el infierno vivía en ti
y yo quería arder,
arder eternamente
para perderme en todo tu ser.
Y ya la ciudad en llamas
se filtra entre el polvo que flotaba en el aire,
y el cielo lloraba
pavorosas lágrimas de atardecer,
como si no hubiese ya mañana,
como si no hubiese ya mañana...
Nuestras tinieblas
jugaron con el tiempo
creyéndonos eternos
cuando éramos solo dos velas
consumidas en un efímero instante.
Y tú mirada lo decía todo,
ambos sabíamos que tu mirada lo decía todo.
Y te besé
para olvidar,
y te besé
para olvidar todos los fantasmas que habitaban entre nosotros.
Cuando desperté
tú ya no estabas
toda tu magia se había ido,
el hechizo se había esfumado
y me supe ridículo
por haberme atrevido a soñar
en el inestable equilibrio que era tu luz infernal.
Mil cristales en el suelo,
única pista de que aquello había ocurrido,
sonreí al mosaico de reflejos
que distorsionaron todo mi ser
y eché a caminar entre tumbas sin nombre,
cenizas de otro tiempo
que algún día
volverían a caminar
entre los vivos de este laberinto,
almas rotas
aferradas para no hundirse en la tempestad,
almas rotas
donde ya no queda nada más que el olvido.
Dime
¿qué hiciste con el frío?
dime
¿cómo hiciste para quitarme el frío?
Solo mírame
y dime
cuál fue la primera vuelta que di
en este bucle en el que me he perdido.
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