domingo, 13 de diciembre de 2020

Susúrrame su nombre al oído

Entre la ceniza que caía del cielo

te besé

buscando la salvación,

pero entonces

supe que el infierno vivía en ti

y yo quería arder,

arder eternamente

para perderme en todo tu ser.


Y ya la ciudad en llamas

se filtra entre el polvo que flotaba en el aire,

y el cielo lloraba

pavorosas lágrimas de atardecer,

como si no hubiese ya mañana,

como si no hubiese ya mañana...


Nuestras tinieblas

jugaron con el tiempo

creyéndonos eternos

cuando éramos solo dos velas

consumidas en un efímero instante.

Y tú mirada lo decía todo,

ambos sabíamos que tu mirada lo decía todo.


Y te besé

para olvidar,

y te besé

para olvidar todos los fantasmas que habitaban entre nosotros.


Cuando desperté

tú ya no estabas

toda tu magia se había ido,

el hechizo se había esfumado

y me supe ridículo

por haberme atrevido a soñar 

en el inestable equilibrio que era tu luz infernal.


Mil cristales en el suelo,

única pista de que aquello había ocurrido,

sonreí al mosaico de reflejos

que distorsionaron todo mi ser

y eché a caminar entre tumbas sin nombre,

cenizas de otro tiempo

que algún día

volverían a caminar

entre los vivos de este laberinto,

almas rotas 

aferradas para no hundirse en la tempestad,

almas rotas

donde ya no queda nada más que el olvido.


Dime

¿qué hiciste con el frío?

dime

¿cómo hiciste para quitarme el frío?


Solo mírame

y dime

cuál fue la primera vuelta que di 

en este bucle en el que me he perdido.

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