Avanza por el pasillo con lentitud, con paso tambaleante, como quien tiene mucho que arrastrar tras de sí y pocas sonrisas ya que regalar. El peso de la historia vive tras su sombra y ya no hay tantos pasos que dar para recorrer el largo camino que la separa del salón a la cocina.
Yo bajo las escaleras y la veo desayunando y a ella se le ilumina el rostro y le doy un beso y ella me da otro y me pregunta qué tal dormí, qué tal he descansado y se ríe de los pelos que llevo porque siempre me despierto todo despeinado. Me siento a desayunar con ella, aunque no tenga mucha hambre, y el sol entra como una caricia por la ventana. Y las gaviotas preparan sus nidos y el cielo está despejado. Y parece que va a ser un buen día. Porque todo parece estar en su sitio, todo parece estar ordenado.
Y vemos qué comeremos hoy. Y primero nos iremos a dar un paseo. Y bajamos hasta San Amaro, por el Club del Mar. Pasito a pasito. Suave y despacito. Y nos vamos riendo. Porque siempre nos vamos riendo. Por mucho que pase el tiempo. Por mucho que pasen los años. Y que bonita que está Coruña hoy. Y que felices que vamos caminando agarrada ella de mi brazo. Fardando de nieto con todas y cada una de las personas que nos vamos encontrando. Y luego nos vamos y ella dice alguna cosa sobre quien nos hemos encontrado. Este es un cantamañanas o este siempre se está quejando. Y yo me río y le digo que pobre y ella se ríe y lo repite, para reafirmarse en lo mencionado: Bueno, sí, pobre, pero es un cantamañanas. Y vamos a un paso de cebra y el coche que viene que parece que no para hasta que se detiene. Y nosotros cruzamos. Y ella que les dice tranquilo, flamenco. Así, apelativo aviar incluido. Tranquilo, flamenco, que estamos cruzando nosotros. Porque todos los que no paran cuando vamos a cruzar son unos flamencos de mucho cuidado. Y tienen que parar. Que estamos cruzando y más le vale parar, sino se va a enterar.
Y subimos por el cementerio y llegamos a Orillamar. Y vaya paseo que nos hemos dado. Estoy reventada. ¿No te gustó? - Le pregunto- Ah, sí, sí, buen paseo, ahora hago la comida y comemos como los marqueses. Hacemos tortilla, ¿no? Y yo asiento y afirmo. Y ella se ríe. Ya me parecía. Tortilla de patatas y filetes empanados para mi currusquiño. Y yo me río. Y ella se vuelve a reír.
Y subimos las escaleras. 92.
- ¿Años?
- No, escaleras. 92 escaleras subo todos los días para subir a mi casa.
Y pasito a pasito. Poco a poco. Con calma y paciencia. Como las sonrisas de la vida. Como los pequeños tesoros que guardamos en el recuerdo. Porque viviendo despacio y con cuidado es como brillan más las pequeñas memorias que atesoramos en algún rincón de un quinto piso de Monte Alto.
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Y nos sentamos a cenar, después de ver el telediario. Veré Gap Year. O alguna serie que me recuerde a esa época de hace años. Y miraré twitter. Y veré el hastag #OrgulloDemocrático. Y veré que hoy, 15 de Septiembre de 2020, el Consejo de Ministros ha aprobado el nuevo proyecto de Ley de Memoria Histórica. Para reparar el daño. Para reparar la memoria. Para hacer justicia. Para salvarnos de un oscuro pasado del que durante décadas nadie ha querido liberarnos.
Porque cuidar a nuestros mayores es cuidar también nuestra memoria. Es acariciar los recuerdos con mucho, mucho cuidado y limpiarle las legañas, las cicatrices, las arrugas. Es mirar a los ojos a las sonrisas y a las lágrimas. Es ver la vida a través de su mirada. Es vivir por ellos, por nosotros. Por los que vinieron, por los que vendrán.
Han pasado demasiados años. Pero por fin podremos salvar nuestra historia del dolor y el olvido. Por fin podremos sonreír al recordar. Por fin podremos sabernos camino.
Han sido muchas escaleras y muchos pasos por un largo pasillo. Pero hoy recogemos el testigo del Frente Popular. Ese que nació en Febrero. Como la niña de la mirada siempre radiante. Y podremos quitarnos este dolor de encima, aprender a vivir, comenzar a sanar. Vestirnos de sonrisas y dar un pasito más, siempre un pasito más, siempre hacia la libertad.
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Gracias por enseñarme a vivir. Porque resistir es poesía.