Es curiosa la vida,
como a veces echamos la mirada atrás
y romantizamos épocas
en las que estábamos mal,
muy mal,
épocas de auténticas lagunas mentales
porque el día a día era levantarse
y acostarse
y rellenar el resto de la jornada
simplemente estando ahí,
permaneciendo por permanecer.
Hay algo de triste en la condenación colectiva que existe hacia el suicidio,
hay algo de cruel
en esa obligación que te hace mantenerte con vida
aunque tu vida
no valga nada en ese momento.
Está mal visto,
pero yo no puedo escuchar a alguien que se quiere suicidar
y decirle
sigue,
vale la pena,
porque probablemente no sea verdad.
Probablemente no hay nada más retorcido que decirle a alguien que sufre
que no acabe con ese malestar.
Está mal, -mal visto, digo-,
pero
¿para qué presionar a alguien para que decida continuar?
Vivir por vivir,
seguir por seguir,
como si le estuviésemos salvando,
como si estuviésemos haciendo una heroicidad,
cuando en realidad
solo estamos salvándonos a nosotros mismos
haciéndonos sentir que hemos hecho la buena acción del día, que nos hemos ganado nuestro propio cielo, nuestro propio perdón y que todos nuestros pecados se han expirado al coaccionar al otro para que siga jugando a este pérfido juego en el que no hay más final que el que él previamente había decidido marcar.
Es así,
obligamos a seguir con vida a alguien que por propia voluntad eligió mantener el único control que podrá tener en su vida,
decidir su muerte,
y le condenamos a proseguir
aferrado a la vida,
como si fuese a controlar su vida
y el final no le fuese a llegar por azar.
¿Me estáis entendiendo?
En lugar de decidir morir por propia voluntad
y saber cómo, cuándo y dónde,
le condenamos a la aleatoriedad de este mundo
a no saber cuándo morirá,
ni dónde,
ni cómo,
y sobretodo y por encima de todo
le condenamos a no saber si valdrá la pena nunca jamás ese perpetuo continuar.
Y es que quizás nunca valga la pena del todo vivir
y nosotros aquí seguimos,
viviendo,
como si fuese algo de lo que sentirnos orgullosos.
* * *
Y es que yo recuerdo eso:
épocas de auténticas lagunas mentales,
sin apenas recuerdos sueltos
y muchas veces lo pienso
¿valió la pena?
¿valió la pena eso?
¿Valió la pena vivir con el sentimiento de saber que años enteros se han perdido,
como si nunca los hubiese vivido,
por el coladero de los sueños?
Y me paro
y lo pienso
y con la mirada perdida en el horizonte,
en un punto fijo,
me digo que no,
que no valió la pena,
que he perdido mi vida,
mis sueños,
mi tiempo.
* * *
Y debo continuar
porque es lo que todo el mundo espera
y si no lo haces
los demás sufrirán.
* * *
Así que para evitarlo
sufres tú,
sufres por siempre
y hasta el final.
* * *
Deseando que de una vez por todas llegue el momento de olvidar.
Y desaparecer en un perpetuo valle de niebla en el que todo se esfumará.