pero la vida me quema,
como un ansia que me devora
desde los pies
hasta la cabeza,
haciendo que mi pecho vibre y se impaciente
con la necesidad de marcharme lejos, muy lejos,
huir de esta vida que me quema.
En esas ocasiones
lo mejor,
a falta de exprimir el instante,
es tumbarme en cama en la casa de mis padres,
en mi habitación de toda la vida,
y pasar ahí largas horas leyendo,
leyendo diferentes libros,
diferentes emociones,
diferentes sentimientos,
que macerar a fuego lento.
Me tumbo ahí y dejo la mente volar y pienso:
pienso en ese libro de poesía sobre la amistad que no me atrevo a afrontar,
pienso en las historias que no funcionaron,
en las amistades que perdí,
pienso en los viajes que hice y los olores que sentí,
la luz que me envolvió mientras en esos segundos era feliz,
pienso en mí
y en todo lo que me falta
y en todo lo que no tengo aquí.
Y así lo acallo como puedo
el sentimiento de huir,
de necesidad de seguir,
de llama que me consume mientras necesito vivir lejos de aquí.
Y mientras tanto me embarga la nostalgia
y pienso
que la vida me quema
que necesito marcharme y pensar en mí.
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