Hace casi un año, allá por enero, escribía estas líneas:
Creo que me he perdido demasiado y me cuesta reconectar con quien soy, encontrar esa luz que desprendía, atesorar esa felicidad que irradiaba. Ya no tengo eso en mí mismo. Y si está... Ya no lo encuentro.
Necesito que sea verano y poder beber la vida y sonreír alegría a cada instante entre olas de luz y mares de calor. Salitre en mi mirada y horizonte infinito en mis manos.
Ser libre
y feliz
y respirar transmitiendo paz.
No era solo ese poema, todos los poemas por aquellos meses rezumaban esas sensaciones, esos sentimientos. Eran poemas de pura tristeza y dolor. De no saberme ubicar en ningún lugar vital.
Ahora, casi un año después, siento que todo ha cambiado.
He encontrado esa luz que me faltaba. Atesoro con mucho cuidado esa felicidad que he vuelto a irradiar. Soy alegría, alegría de esta que todo el mundo quiere sentir, experimentar. Soy una especie de brillo fugaz que pasa y al que todo el mundo se quiere arrimar, consciente de que mi luz les puede guiar.
Fluyo. Como me dicen mucho últimamente: Fluyo.
Y en ese fluir fascino a muchas personas que se quedan observándome sonriendo mientras les brilla la mirada.
Y eso me gusta. Y me hace querer seguir así. Sabiendo dónde estoy y dónde quiero estar. Viviendo la vida que quiero vivir y cómo la quiero vivir.
Y es que a fin de cuentas
soy feliz.
Y es que después de tanto y después de todo,
por fin
Soy libre
y soy feliz
y respiro transmitiendo paz.
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