Lo que sí podría es explicar cuando me hice añicos. No fue de una, sino un proceso gradual, poco a poco, de varios meses, de casi medio año. Un proceso por el que pasé de la incredulidad, a la negación, al dolor, al sufrimiento, a la ira, a la recomposición, a la resignación... Y de ahí a sospechar que en realidad lo que pensaba era cierto... Y lo que pensaba que era cierto resultó serlo...
Y se resquebrajó todo en un momento.
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Estábamos descubriéndolo todo, nos creíamos invencibles. Éramos jóvenes, a fin de cuentas.
Aunque quizás nunca dejamos de serlo del todo.
Creo aún serlo.
Y sin embargo, el pasado se desgarró y ahora siento que solo debo avanzar hacia algún lugar, sin saber bien a dónde ni cómo. Estoy perdido. Muy perdido. Y solo trato de caminar buscando algún camino en el que valga la pena caminar.
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El tiempo se lleva a los colegas, a los amigos, a la gente que te acompañaba...
Los aleja...
Hasta que parece ya imposible encontrarlos de nuevo....
Intento evitarlo.... Me da miedo solo de pensarlo... Pensar en lo solo que me quedaré
cuando la gente que quiero
desaparezca de mi vida
como alguna vez me ha sucedido.
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Me enfrento a situaciones complicadas. Que me nublan. Me sumergen. Me confunden...
Y yo trato de encontrar salida, para volver a permanecer a flote.
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Publiqué mi primer libro con 25 años. Creía que había llegado arriba de todo, que lo había conseguido todo. Creía que mi libro se vendería a toda velocidad. Que me lo quitarían de las manos. Que era una joya, un auténtico trabajo culmen de poesía. Creía que haría recitales con varias decenas de personas y que firmaría algún que otro libro. Que la gente comenzaría a conocerme. Creía, ilusamente que había llegado a lo más alto. En mis más disparatadas fantasías -esas que sabes que no serán ciertas, pero que te diviertes recreando- me veía haciendo incluso entrevistas, llenando salas...
Fue en ese momento cuando me di cuenta que no había llegado arriba de todo, que simplemente me había ganado un puesto en la línea de salida. El camino del escritor acababa de comenzar y el viaje era todavía muy largo.
Tenía por entonces 25 años. Y yo, disfrutaba comparándome con Miguel Hernández.
* * *
El siguiente libro fue un desahogo. Un grito de auxilio entre tanto dolor. Lo agrupé durante comienzos de 2018, unos meses después de maquetar mi primer libro, unos meses antes de publicar este primer libro. En cambio no lo envié a imprenta hasta que estuve preparado para hacerlo, dos años después.
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Publiqué también un libro de cine quinqui y Eloy de la Iglesia. Casi 100 personas había pagado previamente por él a través de un crowdfunding. Pero en realidad nunca me sentí del todo merecedor de ello.
Después de mi primer libro, publicado sin méritos por una editorial que publicaba todo lo que le llegaba, nunca he sentido que mis libros se merecieran estar viendo la luz. Quizás por eso tampoco he insistido demasiado en promocionarlos.
Me he sentido un poco como un impostor.
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Temo volver a enfrentarme al desafío de publicar un libro a través de una editorial tradicional. Aunque realmente debería intentarlo si quiero llegar a algún lugar próximo a mis sueños.
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La vida nos da reveses y no sabemos muy bien a veces como encajarlos.
Yo ahora querría estar en Barcelona para buscar cobijo entre la luz cálida de esa ciudad. Iría hasta Sants, me sentaría en lo alto del paseo construido sobre una antigua línea de tren y mientras el sol acariciase mi piel... esperaría.
Esperaría hasta que llegara Mireia y me abrazaría y yo le abrazaría y me sonreiría y yo le sonreiría.
Y comenzaríamos a hablar
y hablar
y hablar.
Y ella me contaría a lo largo del día todas sus historias.
Nos sentaríamos en el rompeolas
y me contaría todas sus historias,
sus preocupaciones,
sus problemas cotidianos.
Y yo escucharía.
Y después de horas hablando
me miraría
y me diría
¿Y tú? ¿qué?
Y sería el pistoletazo de salida para contar yo todas mis preocupaciones. Porque ella sabe que yo callo por sentirme pesado, por no cargar sobre los demás mis problemas. Porque mi mochila la llevo arrastras yo solo. Y mis amigas saben que ese equipaje pesa mucho y siempre que pueden me tienden una mano. Y yo, que soy así, necesito una invitación como esa para comenzar a hablar. Para contar sin parar todos mis problemas.
De carrerilla y sin aire.
Saltándome todas las comas por el camino.
Hasta que llego al final y ahí paro, sin saber qué decir después de semejante retahíla.
Y me dicen que es normal que me sienta así.
Y me aconsejan o simplemente me escuchan. Porque saben que muchas veces lo único que necesito es una amiga, al lado mía, que me escuche.
Y todo tras un sencillo, sincero y luminoso
¿Y tú? ¿qué?
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Y el resumen de todo sería que se resquebrajó algo en algún momento y en un instante todo se cayó.
Y solo quedaron ruinas
y escribo sin cesar para poder comprenderme yo.
Mientras creía que siempre tendría 20 años.