Releernos es un camino de introspección. Significa redescubrirnos a nosotros en retrospectiva, desde el presente, un vistazo del futuro que seríamos al presente que fuimos. Habitar esa fina línea del espacio-tiempo que nos permite suspendernos en la indefinición del instante.
Quizás por eso
los poetas jugamos a las trampas,
a la confusa naturaleza del universo,
a dar forma a lo informe,
a poner palabras a lo innombrable, a lo intangible, a lo inefable,
al juego abstracto de sentimientos y emociones
que son las ilusiones, fracasos y sueños.
Quizás por eso
los poetas crecemos malditos,
incapaces de habitar el presente nuestro.
* * *
Vivimos en la carretera,
en esa línea de puntos
que nos afanamos en recorrer
por los márgenes de la cotidianidad,
por los límites de lo socialmente admisible,
como viajeros de mundos que se descubren constantemente ante nosotros.
Gracias a eso también, pese a todas las maldiciones que sobre nosotros puedan caer,
y gracias a eso también, pese a toda la infelicidad que podamos cobijar,
también somos capaces de mirar con frecuencia al pasado,
destruirnos en mil pedazos,
y volvernos a construir
porque si podemos armar un verso con un escaso número de letras
¿por qué no construir una nueva ilusión con un escaso puñado de vivencias por cumplir?
* * *
Y es que los poetas somos viajeros de vidas no vividas.
* * *
Por eso desfilan ante mí todas esas reflexiones un día escritas, impresiones impresionistas de vidas ficticias que bien podrían ser las mías. Pues habité esos lugares desde la lejanía de la imaginación. Acompañando la lectura con pequeñas pinceladas que me redefinen a lo largo del tiempo que conviví con la volátil pareja de lectura-escritura. Eterna dualidad que nos habita
a los creadores de mundos,
titiriteros de sueños,
cuidadores del alma,
soñadores de la emoción.
* * *
Los libros son como los viajes: la mayoría de las veces los recorremos buscando lo que queremos ver en ellos, encontrando lo que ya llevábamos nosotros mismos dentro. Dejándonos volar, en definitiva, con nuestros sueños.
Y es que
Los viajes tienen un principio y un final. La melancolía empapa esos últimos pasos y todo a tu alrededor te recuerda que ya está, que esto se acaba, y no hay forma de huir.
Pero quizás esa es su magia.
Pues al final ¿habría viaje sin origen ni destino? ¿habría viaje sin saber que tarde o temprano regresarás?
Pues, latente, constante...
El mundo te llama tras los pasos de vidas que se consumen entre la historia de otros tiempos, y ahí, en esa magia del descubrimiento, reside la esencia del viaje que se aventura hacia donde nunca soñamos con llegar.
...
Adaptarnos a lo bueno y a lo malo. Saber que los sueños tienen su cara A y su cara B. La que todos observan y la que nadie quiere ver. Ser viajero consiste en convivir con esas dos realidades, jugando a los equilibrios, aceptándonos en los destiempos, en los tiempos muertos, en las alegrías, las tristezas y en todo el extenso abanico de ilusiones
...
Europa de ceniza, de miedos, de dudas, de melancolía. Las ruinas de un continente que se derrumba a cada paso, alargando tras de sí todas las sombras que proyectan sus pináculos y saetas que se desesperan por rozar el cielo.
Todo esa ceniza gris, corre por el cielo de la mano de esos infinitos atardeceres de fuego. Toda esa calidez, va de la mano también de la fría escarcha que se posa en nuestros ojos. Color mar de fondo, luminosa felicidad del Atlántico en la mirada. Sabor de sueños, aroma de libertad. Convivir con esa dualidad. El principio y el final.
La melancolía constante de la cuenta atrás: el viento de Ushuaia, las calles de Buenos Aires, las altitudes de Perú... El sentimiento de que todo se acaba y sin embargo ya no hay regreso posible para el viajero.
Y es que una vez te has ido
ya nunca jamás
del todo regresarás.
El viaje te recorre de arriba a abajo.
Solo resta disponerse a ir, una y otra vez,
siempre más allá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario