Le escribo a la luna y las respuestas no hayan salida entre la bruma del silencio que nadie me ha recitado nunca, que nadie me ha recitado nunca. ¿De qué te ríes? Tú, que nada tienes. ¿A dónde has ido? No lo sé. ¿A dónde has ido? Donde sea que sea estaré.
Rayo de luna en la mañana, me he perdido en una suerte de broma infinita. No hay suerte, no hay oportunidad. Que pena, que desidia. Quizás lo mejor sea sufrir, para saber que estamos vivos. Quizás, lo mejor sea sufrir, para saber por qué hay que vivir.
Y ya no le escribo a la luna, cuando se ha ido para no dar jamás respuesta a mis preguntas. Yo se lo dije: no te dejes llevar por la costumbre, no te dejes llevar por ello. Y alguna vez comprendí todo, pero ahora ya no tengo cartas en la mano, ya no tengo baraja en los sueños, ya no tengo solitarios que construir entre el frío yermo del infinito vacío.
Sombra eterna, que todo deja, que todo se lleva, que nada deja, que nada lleva. El silencio me habla. El silencio me habla. Busca entre la bruma, porque el silencio me habla. Y así, tal como hago, ya no hay camino que recorrer. Adiós fortuna por dejarme estar.
Le escribo a la luna y la costumbre es ya un monólogo ausente que no recibe respuesta. ¿De qué te ríes? Si nunca has comprendido nada. ¿De qué te ríes? Si no tienes preguntas. Nunca he recitado nada que no tuviese razón de ser. Nunca he recitado nunca y ya jamás sabré donde estaré. Jamás sabré donde estaré. Jamás sabré la suerte que tuve de volverte a ver.
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