jueves, 17 de octubre de 2019

Carta desde la soledad de una habitación a kilómetros de distancia. Firmado: la amistad.

Estoy en Cluj Napoca, solo por primera vez en 10 días y mi pecho se encharca de tristeza por todo lo que se ha terminado, tan de golpe, que no ha habido tiempo para reaccionar al tiempo de choque con la realidad. El mundo está menos luminoso, menos azul y yo solo puedo refugiarme en los recuerdos de estos días, como un loco suicida que se aferra desesperadamente al último hálito de esperanza que le queda para evitar saltar al vacío sin llegar a mirar los golpes que le separaban del suelo.

Hay ocasiones en que la vida te sorprende con un regalo que ni tan siquiera puedes llegar a esperarte, como esas piedritas brillantes mágicas y misteriosas que a veces te encontrabas en el suelo cuando eras niño y guardabas en una pequeña caja de tesoros con el fin de algún día ser capaz de descifrar su significado. Es un poco de esa metáfora de lo que os estoy hablando.

Vero es de ese tipo de personas que te salvan de las caídas, te escuchan invitándote a derribar cualquier muralla y te abrazan cuando necesitas una sonrisa a mano. Tiene ese don de hacerte sentir tu mismo, y os juro, realmente os juro, que eso es una clase de magia muy difícil de encontrar. Con gente así jamás te sentirás solo. Por eso miras el fondo del vaso y te preguntas qué es lo que ha hecho que entre 600 millones de almas tú hayas tenido la suerte de toparte con una mirada así, que es refugio cuando hace falta y libertad cuando simplemente necesitas exteriorizar tus miedos, purgarlos y volar. Simplemente volar.

Te sujeta la frente en silencio, mientras sin necesidad de palabras te dice que todo irá bien, y tú, sí tú, tú te lo crees, porque sabes que es la pura verdad, y lamerse las heridas nunca ha sido realmente la salida de emergencia que necesitabas. Sino simplemente una sucia forma de engañarte con que todo lo que iba mal no se podía realmente solucionar. Y ahora sabes que no es así. Y esa, esa es la clase de magia de la que os hablo. La capacidad de cuidar la amistad sin necesidad de grandes hazañas, sin grandes sacrificios, sin grandes gestas, solo cuidando, en el más puro y sencillo de sus significados, cuidando a quien te importa, con pequeños gestos, con pequeños rituales, con pequeños hechos cotidianos que te hacen sentir libre, seguro y protegido. Así, sin más, con esa facilidad sincera.

* * *

Son historias en las noches de final de década, poesías revoloteando en el aire, heridas que sanar a cicatriz abierta, sueños que forjar por mucho que sepamos que la vida y el futuro a veces aprieta. 

Son historias de telón abierto, precedentes de los locos años 20 que están por venir, de los días largos, de las noches eternas, de los vasos de alcohol perdidos entre las esquinas, aferrándose al tiempo que se nos escapa entre los dedos. Y yo sonrío, porque todo se va, pero quedan los recuerdos, y tengo la cámara fotográfica de mi mirada lista para disparar en cualquier momento y atrapar el instante tal y como quiero que quede en mi memoria. Precioso. Puro. Sin filtros, muros ni miedos. Solo dos hermanos de sangre unidos por la valentía de atreverse a brindar sin palabras que serían amigos por mucho que pasara el tiempo.

Hay una frase de Escandar que me gusta mucho y creo que es tan certera que debo transcribirla como si realmente fuese mía, nuestra quiero decir. Para hacer un hogar tuve que encontrarle, y ahora que las noches vienen a regalarnos su incertidumbre nosotros nos protegemos juntos, espalda contra espalda, para que nadie pueda clavarle un puñal sin tener que clavármelo a mí primero. Eso es para mí un poco la amistad, dos senderos que discurren juntos por un indefinido tiempo de descuento, el suficiente como para marcar la diferencia del partido y decidir si jugarlo al todo o nada con nuestra felicidad o simplemente disponernos en formación defensiva y perdernos todo lo hermoso que puede traernos. Soy más de lo primero, lanzarme con los ojos cerrados al encuentro del otro. Al menos ahora que soy un poco menos cobarde que antaño. Y os juro que vale la pena, yo por lo menos no me arrepiento.

En las noches de estrellas en que el cielo está cubierto, siempre hay un lugar al que mirar y buscar recogimiento. No es que sea nada por lo que dar envidia, ni por lo que tener miedo. Pero para mí ese vínculo que hilamos con facilidad, cuidado y esmero, es mayor tesoro que todos los que podamos encontrar en los yacimientos arqueológicos del mundo entero.

Y ya solo por eso, os aseguro, que vale la pena tener por amiga a Vero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario