jueves, 24 de octubre de 2019

Yo te recito dama del mar, mientras tus pasos entre la arena de tu tierra me invitan a soñar

El Tajo discurre en el límite de los sueños
y ya no quedan encuentros para llegar tan lejos,
las conquistas além do mar nos han traído nuevas historias
y podría sopesar todo
pero ya la soga ahoga...

Las calles empedradas me susurran sus secretos
mientras las laderas de las 7 colinas
me recitan
de memoria
poesías apagadas bajo el sol lisboeta,
los pájaros surcan las filigranas cual saetas
y ya no hay esperas que valgan
cuando la mirada se pierde por las callejuelas blancas.

Supongo que tiene el mundo un desaire acertado,
los pasos ya me llevan lejos,
más lejos de lo esperado...

No sé bien dónde estoy,
ni a dónde llegaré.

La noria gira mientras las briznas de hierba cimbrean
la luna se desnuda poco a poco
humedeciendo sus labios con el relente
de la noche
en que se confundió
los sentidos
al escondite de sus deseos.

Las curvas de la ciudad
se abren al cielo
como el cuello de cisne
que discurre río abajo
hasta arquear los miedos.

Su sonrisa se asoma en la luz del día,
y los destellos se pierden
entre los dedos de su mirada
de sal y brisa,
de brisa y sal,
de rimas sin desembocadura
que quedan suspendidas en el aire
esperando llegar flotando a algún lugar.

Portugal se abre entre pasos
descendiendo recatadamente
como un baile de saudade,
con olor a Atlántico,
como la suave guitarra
de un fado que se escapa
de un pequeño bar
del Barrio Alto,
como los olores de las especias
que te sumergen a miles de kilómetros
sin apenas haber dado más de 10 pasos.

San Jorge nos vigila desde lo alto,
matando dragones callando,
domando bestias,
azuzando pasiones,
levantando esbeltas catedrales
que quedarán eternas tras su esqueleto:
de eso sabe bien el Carmo,
mostrando sus cicatrices,
esperando a que alguien venga
y las acaricie
con sumo cuidado
desde el suelo
hasta la garganta de su bóveda
que no es otro que el cielo
con su sonrisa celeste.

Tiene Lisboa un deje melodioso,
un canto que seduce
un juego de niños
que confunde y hechiza,
como siglos de historia que se desquitan
abriendo los brazos
al mar
pidiendo un abrazo
a la libertad
de soñar con llegar siempre más lejos,
siempre más allá.

Tiene Lisboa un canto de pasos
que caminan buscando algo con lo que soñar,
una canción en la radio disparando al pueblo a caminar,
un país que se construye a sí mismo a orillas del mar;
un mundo difuso
que por muchos días que pases en sus calles
solo serás capaz de arañar y arañar,
tratando de descifrar la magia de ese lugar,
con cuidado,
con respeto,
con admiración
por su paz,
desdibujando en un papel
la esencia de Portugal.

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