viernes, 18 de octubre de 2019

¿Hacemos reunión a las 18:30?

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

Como quien no quiere la cosa, sin apenas darnos cuenta, sin saber muy bien cómo, pero así fue, así ocurrió.

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

Cogimos un bus después de horas y horas de viaje y nos presentamos, y a las dos horas de viaje paramos en una estación de servicio riéndonos porque solo llevábamos 55 kilómetros recorridos, pero en realidad nos daba un poco igual, porque sin darnos cuenta, ya éramos todos como viejos amigos. Contando historias, relatando sueños, dibujando con el vaho del cristal nuestros miedos y abriéndonos unos a otros, como si diésemos por inaugurada esa tradición que manteníamos todos los días antes de cenar. Reunión de sentimientos le llamábamos, así, tal como sonaba, pero en inglés. Y nos tumbábamos todos en una cama y nos relatábamos cada uno a los demás nuestro día: algo que destacar, algo que mejorar, algo que nos gustó y algo que no, y el último siempre se me olvidaba, pero es que era el mejor: abrirnos en dos el pecho sin apenas cuidado, como una historia de cervezas en un bar cualquiera en ninguna parte, como esos brindis que haces a las tantas de la madrugada cuando ya todo el mundo está borracho y solo somos conscientes de que estamos ahí, en ese instante, y que ya solo por eso todo ha valido la pena. Y los vasos resuenan. Y saltan gotas en todas direcciones y mojamos la mesa. Y todos reímos. Y brindamos en todos los idiomas conocidos y por conocer. Y sonreímos. Porque estamos bien, muy, muy, bien. Abriéndonos el pecho en dos en nuestra reunión de sentimientos.

Y Veli cediendo turnos y haciendo todo lo posible por cuidarnos como una buena leader, repartiendo sonrisas a diestro y siniestro, abrazando a la gente inesperadamente, protegiéndonos cuando nos sentimos desprotegidos, aupándonos cuando nos sentimos invencibles y eternos. Buscando siempre el lado bueno. Porque persistir es llegar lejos. Y ella lo hará mientras nosotros lo vemos. Orgullosos.

Nos reunimos en grupo, a debatir nuestras propuestas. Buscando la palabra siempre correcta, desprendiendo inteligencia a los cuatro costados de la mesa, curando las emociones de quien puede haber salido herido sin darse cuenta. Filtrando siempre en alguna conversación sus sentimientos por su sobrino, su gente, su pueblo. Desprendiendo su mirada de tierra que nos quita el polvo de encima a cualquier miedo. Así es Carmen. La voz que nos cuida de más cuando nos echamos a nosotros mismos de menos.

Y Ander y su calma hablando, su aire tranquilo, su caminar eterno. El descanso que transmite solo teniéndolo al lado, su acento verde, sus palabras que traslucen una tierra de paz indómita que nadie sabe bien de dónde ha salido, pero está ahí, como él, que aparece sin ser visto, pero está ahí, escuchando, cuidando, protegiéndonos sin llegar a saber cómo ni cuando. Pero haciéndolo, a fin de cuentas.

Las noches en la cama viendo telenovelas, y el canal de música sonando por todo lo alto, como los bailes en la sala de actividades, como el hijo de Maricarmen, que no descansa hasta que sale el sol. Un poco nosotros. Sin descansar lo máximo posible para aprovechar el tiempo al máximo. Porque ya habrá tiempo para dormir cuando todo se haya acabado y los kilómetros de distancia nos pesen más que los recuerdos con los que volamos cuando echamos la mirada atrás para llegar a ese rincón en los Cárpatos. Al lado de un río que se llevaba todo lo malo.
Solo lo malo.
Porque allí todo era paz, calma y descanso.

Alaia hablando y hablando, para llenar el aire con sus historias de América y pintarnos un mundo que solo imaginamos, pero que con sus colores podemos llegar en sueños a tocarlos. Y su alegría por estar allí. Y su alegría por ser un grupo tan compacto. Y su alegría. Y su alegría. Y siempre su alegría adornando el paisaje entre los abetos, las nubes y los pájaros. 

Y su alegría inundando los copos de nieve que caen con mucho, mucho cuidado, hasta acariciarnos en un abrazo. 

Como las noches de pipas. 

Como las conversaciones largas y tendidas. 

Como Vero llenando de luz el día a día, llenando de paz la vida. Desbordando dibujos por los rincones del cuarto y del salón, tildando de estrellas la noche, timbrando de sueños el manto negro que borda con dorados instantes que no se detienen por más que el tiempo se afane en jugar al escondite con nosotros. Como dos almas que se han encontrado construyendo un vínculo tan puro y sano. Como los amigos que hacen eses calle abajo abrazados, sabiendo que el mundo es suyo durante esas horas, y nada puede cambiarlo.

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

Y en el fondo del vaso hay un destello que deslumbra si no sabes bien cómo mirarlo. Es una mirada limpia. Una melodía adornada con destellos mágicos. Son los gestos de las manos explicando algo, girando, girando. El acento inconfundible de un mundo cercano y a la vez extraño. 

Y todo esos detalles tienen dueña. Igual que la cama en la que siempre nos tumbamos. En la que siempre nos mostramos tal y como somos sin haberlo esperado. Y mientras todos hablamos, María sonríe, interviene y se ríe. Y nos invita a su casa-colegio. Que hay sitio para todos. Que nos acoge cuando queramos. Que nos reunamos pronto. Que hay que celebrarlo.

¿El qué?

Acaso importa?

Solo celebrarlo. Nada más. Celebrar que somos amigos. Que nos hemos conocido. Que nos hemos descubierto. Que nos hemos encontrado.

Celebrarlo con una taza en la mano. Una cerveza. Un vaso.

Y entrechocarlos con fuerza. En todos los idiomas. Brindando. Por todos. Por nosotros. Por los años que durarán las vivencias que hemos acumulado.

Brindando y destejiendo promesas de volver a encontrarnos.

Para hacer del tiempo algo certero y aprender a domarlo. Hasta que nos sirva a nosotros. A nuestros sueños, a nuestros proyectos, a nuestras reuniones de sentimientos con las que nos cuidábamos.

Hasta quedarnos dormidos en un pueblo perdido en los Cárpatos.

Sonriendo. Siempre sonriendo.

Nos desvestimos el frío a base de brindar por la amistad.

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