Si tuviera mil vidas
una la usaría para quemarlo todo y brindar en su ruina.
Tremenda Jauría
Levantando las manos en un murmullo que arrasa como las mareas que se llevan la arena en las noches de mar de fondo cuando la luna riela sobre las olas que destellean como estrellas.
Poemas de caras ocultas, de miradas de risas, de prisas, de reírnos de la vida,
todavía bailamos cuando sentimos que palpitan nuestras venas
y entre las hogueras, danzando como dementes en noches buenas, pactamos con que nada nos impida sonreír a la vida eterna.
Si tuviera mil vidas
una la usaría
para que nada se acabase,
para intentar que nada se derrita
en la nieve de los disfraces
del sol de invierno fundiéndose en un lienzo
de hojarasca en el suelo, témpanos y estalactitas,
filigranas de arañas heladas bajo la noche estrellada,
cuando más frío hace, cuando más arde la vida.
Solo atino a tejer el momento, tratando de comprender el fundamento, de este cuento
informe atrevimiento
el querer arrancar a la desarmonía todo el poder que atesora y esquiva,
y yo que rimo sin saber que nada terminaría, sucumbo a la rima, a la risa, a la marisma de playas que se explayan cuando las olas llenan la orilla con toda su poesía como la luna en las noches más frías aleteando en el bosque de las ilusiones perdidas y las esperanzas que todavía encandilan.
Si tuviera mil vidas
una la usaría
para lograrlo todo
y después el resto
las convertiría en un intento
de jugar a las escondidas
con la suerte, con la felicidad, con la libertad de esta luminosa marea de ardora que reluce en la definitiva orilla.
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