La calma me embarga, teñida de una pegajosa melancolía,
inevitable
en el final del día,
en la llegada de la noche.
Es extraño que un lugar tan común sea lo pequeños y solos que podemos sentirnos cuando llega la oscuridad. Quizás es que estemos demasiado acostumbrados a resguardarnos de lo desconocido.
¿Quién sabe?
Y mientras tanto el sol desaparece en el infinito del Atlántico.
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