El camino ahora era un sendero sombrío que serpenteaba entre
chopos y abedules. Las mariposas al revolotear teñían de vivos colores el
paisaje estrecho mientras los pájaros adornaban el paisaje de armoniosas notas
y gorgoritos. También había un río, no lo veía pero podía sentirlo. El ambiente
era más fresco de repente, además podía olerlo y oírlo. Olía a frescor
veraniego, a recuerdos, olía a felicidad. -¡Borja!- Una sonrisa le sacó de sus
pensamientos -¿Qué haces? ¡Venga! Date prisa, ya casi llegamos-. Le dijo
alegremente Estefanía. Y acto seguido vio como de un brinco echó a andar de
nuevo, mientras daba saltitos y al mismo tiempo movía los brazos. Parecía que
flotaba.
Siguieron un rato caminando, él en silencio y ella
canturreando alegremente. Al poco llegaron a una zona donde el río hacía un
remanso. Debía de haber varios quilómetros hasta el pueblo. -¿Nos sentamos?- Dijo Fanny. Se sentaron al
borde del río y ella empezó a descalzarse de sus sandalias. Borja la miró con
curiosidad. –Ya verás que fresquita está el agua- Mientras le decía esto le
miró con sus hermosos ojos azules y él le devolvió una mirada risueña.
Recordaba perfectamente la primera vez que había visto esos ojos, hacía ya
tantos años. Fue la primera vez que fue al pueblo. Desde que tenía 5 años
veraneaba en este pueblo. El primer día echó a andar con su bicicleta hasta que
llegó a un parquecito solitario, allí había una niña de cabellos rubios
balanceándose. Apoyó la bici en una valla y se acercó a ella.
–Hola ¿qué haces?- La niña levantó la cabeza y él quedó
deslumbrado ante lo que vio: Unos ojos azules profundos como no había visto
antes, solo en películas de países lejanos que tenían nieve en navidad y
estatuas gigantes verdes con un brazo levantado.
-Me columpio- Aun desorientado ante aquella visión celeste
intentó hablar para no parecer un tonto. –¿Y no te aburres?- -También pienso…
¿Tu sabes por qué las libélulas vuelan tan rápido?- Eso lo dejó todavía más
desorientado, ¿de qué estaba hablando? –Libe… ¿Libelúlas? ¿Qué…? ¿Qué es eso?-
-¿No sabes lo qué es?- La niña no paraba de sonreír
alegremente, parecía simpática. –Son unos bichos que vuelan y viven cerca de
los ríos.-
-Ah… Es que solo fui una vez al río y mis papás dicen que
era muy pequeño y que no me gustaba ni la hierba ni el agua.-
-¿No eres de aquí?-
-No…-
-Ya decía yo que no te conocía… ¡Ven! ¡te llevaré al río y
verás libélulas, no libelúlas ji ji-
-¿Está lejos?-
-No, solo hay que bajar esta cuesta. Me llamo Fanny-. Dijo
sonriente mientras le tendía una mano –Me caes bien ¿Eres simpático? Quiero ser
tu amiga ¿Quieres ser mi amigo?- Él le dio la mano mientras respondía –Me llamo
Borja, ya somos amigos-. Ambos sonrieron.
* * *
Desde ese día fueron inseparables y la espera hasta el
verano siguiente para poder verse se hacía eterna. Pero este último verano algo
había cambiado, ya no la veía igual. Al llegar lo que se encontró fue una joven
echa y derecha, él tampoco era el mismo, la pubertad se había abierto paso en
los dos.
De repente un golpe frío lo devolvió a la realidad. Se miró
de arriba abajo, estaba empapado.
-Je je, eso te pasa por no escucharme-. Fanny acababa de
salpicarlo con la mano.
-Lo siento…-
-¿Te estaba diciendo si recordabas la primera vez que
vinimos al río?- Como no iba a recordarlo. Fue después de conocerla.
* * *
Bajaron la cuesta que ella dijo y al ver el río a lo lejos
comenzaron a correr. -¡Vamos Borja!¡Corre!- Fanny era siempre una nube de
alegría.
-¿Espérame!- Cuando la alcanzó, ya en la orilla quedó
fascinado. Cientos de libélulas revoloteaban a su alrededor y sobre la
superficie del agua. Un espectáculo de colores, un arcoíris sobre una aurora
boreal. Todo se movía, todo giraba a su alrededor. Fanny le cogió de la mano y
los dos empezaron a reírse de alegría. Luego ella se acercó a la orilla y sin
previo aviso se zambulló con la ropa puesta.
-¡Métete! ¡Está genial!-
-No se…- Dubidativo dio un paso hacia atrás.
-¡Venga, gallina!- Y sin avisar le salpicó. Al verse
empapado de pies a cabeza decidió que ya daba igual y echó a correr y de un
salto se sumergió mientras gritaba “Cobawunga” como sus tortugas favoritas.
La tarde se convirtió en chapuzones, ahogadillas y batallas
de agua, todo ello adornado de sinceras risas de los dos mejores amigos que
nunca conoció ese pueblo. Agotados se sentaron en la orilla mientras el sol
desaparecía y las libélulas eran substituídas por las luciérnagas. Comenzó así
una danza nocturna de magia y luz. Mientras, contemplaban el espectáculo
sentados y en silencio, abrazados con un brazo por la espalda del otro y
apoyando las cabezas el uno en el otro. Así acababan la gran mayoría de los
días del verano durante ese y los
siguientes años.
-Borja- La voz de Fanny volvió a sacarlo de sus recuerdos.
-¿Estás bien? Hoy estás muy pensativo-. Dijo con cierto tono de preocupación.
Tenía que decírselo, no podía pasar de hoy sin decírselo
<<Venga Borja, se valiente>>
-Fanny… es que… llevo todo el día dándole vueltas a algo… es
decir… yo… tengo que decirte algo… Fanny, yo…-
-Tsss- Un suave siseo lo detuvo mientras ella posaba su
índice sobre sus labios.
-No digas nada, siéntelo y déjate llevar-. Fueron las
últimas palabras que intercambiaron ese día.
Ella se metió hasta la cintura en el agua y se desprendió de
las prendas inferiores y comenzó a acercársele, él la miró perplejo mientras ella
empezó a quitarle la camiseta. No sabía que hacer así que decidió hacerle caso
y como dijo ella se dejó llevar. Comenzó a desabrocharle su blusa mientras ella
le quitaba sus pantalones. Había oído en algún sitio que uno de los momentos
más placenteros para un hombre es desnudar una mujer con blusa. Y era cierto,
estaba siéndolo, botón a botón, sentía un escalofrío en la espalda y cómo
corría la sangre por sus venas, y sabía que ella también podía sentirlo. Se
acercó más a ella y le desabrochó el sujetador y una vez desnudos se
sumergieron, mientras el sol se ponía.
Se sintieron el uno al otro como nunca se habían sentido.
Sintió sus labios, unos labios suaves pero que besaban intensamente. El tiempo
pasaba en el agua entre abrazos, besos, caricias y arrumacos y decidieron
tumbarse en la hierba. El sol había dado paso a la luna hacía ya mucho tiempo y
las luciénagas comenzaron su danza.
Tumbados en la mullida hierba, amparados por la oscuridad e
iluminados por la celeste sombra de la luz de la luna se detuvieron a
observarse y a conocerse a través del tacto. Cuando sus ojos se volvieron a
cruzar sonrieron. Él movió los labios suavemente, sin emitir el menor ruido
para no estropear la magia, articulando un “te quiero” que venía desde lo más
hondo de su corazón, con toques y tintes de amistad y amor. Ella le respondió
con los ojos, con una fulgurante e intensa mirada de esos profundos ojos azules
que tanto había observado y admirado, mientras decía: “Te quiero”. “Adelante,
eres tu al que quiero, aquel en el que confío plenamente, y aquel con quien
sueño”. Y tras estas silenciosas palabras de amor se entregaron el uno al otro,
amparados por la oscuridad, la luna llena y la calidez de una noche de verano
en la que el aire olía a amor y amistad. Como un recuerdo de hace ya muchos
años en la “fervenza” del tiempo y los sueños.
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