El sonido del graderío es ensordecedor. Mira hacia allí y ve a todo el público observando los combates. Frente a él está el tatami y los tres árbitros, por el rabillo del ojo ve que su rival todavía no ha llegado y la voz del megáfono lo confirma cuando los llama a los dos de nuevo: “Segunda llamada para el tatami 3. Borja Álvarez y Felipe Estévez al tatami 3”. Lo escucha atentamente y al ver que le quedan un par de minutos decide arreglarse el traje y asegurarse de que el cinturón está suficientemente apretado. Se golpea con fuertes palmadas la cara, los brazos y las piernas, pega un par de brincos… No quiere quedarse frío justo antes de combatir.
Vuelve a girarse hacia donde antes no había nadie y de repente se da cuenta de que acaba de llegar su rival, lo observa un instante y vuelve a mirar al frente para concentrarse. El árbitro les hace la señal de que pueden avanzar y realizan el saludo antes de pisar el tatami, con unos pocos pasos llegan al borde de la zona de combate y el árbitro les vuelve a indicar que pueden avanzar. En judo estos gestos son muestras de respeto hacia el deporte, el rival y el árbitro, y saltarse uno de estos pasos estaría muy mal visto por los demás competidores y organizadores del evento. La educación es una de las bases que se inculcan a los niños desde pequeños en esta práctica, y desde ese momento se sigue lo aprendido durante el resto de la vida deportiva.
Mira a su rival, le saluda y se aproximan un poco hasta quedar a un par de metros de distancia. Queda solo el último saludo. –Rei-. Una última reverencia. -¡Hajime!- Las palabras del árbitro resuenan en todo el pabellón y sobre todo en sus oídos, se concentra en su enemigo, chocan las palmas rápidamente como muestra final de respeto y un instante después el resto del mundo desaparece para concentrarse solamente en los movimientos de la persona que tiene delante.
Tras un par de forcejeos para ver quien consigue mantener el control se encuentra con que su brazo está dominado por el rival y el todavía no tiene nada; por suerte el de enfrente, Felipe cree que se llamaba, no ha conseguido agarrar la solapa de su chaqueta. De repente, en solo un par de segundos se encuentra encima de su rival a punto de caer, pero tras hacer fuerza para resistir Felipe desiste de tirarlo. Borja, al momento, le intenta barrer la pierna con un “ko soto gari”, una especie de zancadilla, que no tiene éxito. Continúan forcejeando e intercambian un elevado número de técnicas varias que terminan en fracaso, sobre todo para Felipe que ahora está en desventaja, Borja ha conseguido arrastrarlo hacia donde quiere durante un rato. Observa todo el cuerpo del rival y repara en un hueco por el que podría entrar, se dispone a realizar la técnica, pero sin previo aviso se encuentra en el aire y lo único que le da tiempo es de evitar una derrota absoluta, haciendo que termine en “wasari” lo que podría haber sido un “ippon” clarísimo. Cree que lo ha tirado con “tai otoshi”, pero tampoco está seguro, lo importante es que ha evitado la puntuación máxima por una más baja, alargando así un poco más el combate.
La presión que siente ahora en el pecho le saca de sus pensamientos, estaba tan distraído que Felipe lo ha inmovilizado con “kesa gatame”. Intenta moverse pero tiene el brazo de su rival por debajo del cuello y sobre la cara todo el peso del hombro, además parte de esta fuerza se encuentra también sobre la caja torácica. Forcejea para salir, pero sin éxito, mira el contador, Felipe solo necesita mantenerlo así 15 segundos más y habrá ganado. Realiza un par de impulsos más, pero cada intento tiene menos intensidad que el anterior, el combate se ha alargado hasta los cuatro minutos y medio, casi el tiempo máximo establecido, a estas alturas la fuerza de los dos está varias veces por debajo del nivel normal y la respiración es muy entrecortada, demasiado para la cantidad de oxígeno que necesitan. Ya no puede más, que más dará perder si total solo es un combate más… ¡No! ¡Es la final y no se rendirá así como así! De golpe y sin previo aviso, de una brusca sacudida apoyándose en el suelo, se saca al rival de encima y mientras cae hacia un lateral suyo ya está apoyando todo su peso sobre él y agarrando las piernas con un brazo y el otro por debajo de la cabeza, envolviéndola. No tiene ni idea de donde ha sacado esas fuerzas, pero está seguro de que son las últimas, ha llevado al límite su cuerpo. Gira la cabeza hacia su rival y ve en sus ojos la mirada del que, sin comprender nada, ha visto su caída desde la brillante cima hasta la más sombría derrota.
Mira el marcador, diez segundos más, solo diez segundos más y lo habrá mantenido controlado durante los veinticinco segundos necesarios para ganar, observa por última vez el contador y deja caer su cabeza, agotado, sobre su rival. Hace el último esfuerzo, pero ya no siente su cuerpo, realmente es como si ya no estuviese ahí.
“¡Ippon! ¡Mate Shore-made!” El anuncio del árbitro lo hace volver a la realidad. El combate ha terminado. No puede creerlo, ha ganado, ha conseguido ganar, ahora mismo sería capaz de dar un brinco espectacular solo para celebrarlo aunque no pudiese levantarse luego en todo el día.
Los dos competidores se yerguen y se sitúan en el lugar donde estaban antes de comenzar el combate. El juez levanta el brazo para indicar quien ha salido victorioso y ambos competidores se hacen la reverencia para luego darse las manos y terminar en un abrazo rápido. Se retira de la zona de shiai y vuelve a saludar, a continuación mira efusivo al público, a su equipo y a su entrenador. Sale del tatami con la felicidad brillando en sus ojos y la alegría reflejada en su sonrisa, envuelto en el aura que transmiten aquellos que han sido capaces de cumplir sus sueños.