dibujé mis sueños,
lo confieso,
y escribí en tu piel
mis miedos y mi salvación,
también atesoré el tiempo que volaba
y abrí alas
para olvidar cada mañana
que tardaría horas
en volver a encontrarte, mi pequeña amor.
Bebí en lo más hondo de tus versos
cada noche una nueva canción,
descubrí, por cierto, el instante eterno
y me suspendí en el aire;
volátil, liviano,
frágil
como la brisa en verano;
justo antes de que tu tacto
erizase mi tenue piel
y palpitase mi respiración.
Si yo pudiera escribirte...
¡ay! si yo pudiera escribirte...
no te hablaría de grandes romances,
ni altivas gestas,
te cantaría de la épica del amor:
de los pequeños e imperceptibles cuidados,
de la diaria comunicación;
de como te eché de menos currando,
de los trayectos a casa con la radio sonando tu voz,
del esfuerzo de aprender juntos
con las manos llenas a palabras
la excitante cotidianidad en deconstrucción.
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