el tiempo vuela cuando todo se acaba
y ya no hay forma de atrapar la arena
que juega a reírse en nuestra cara
mientras nos afanamos en detener lo imposible.
Lisboa da sus últimos coletazos en esta etapa
y puede que las palabras falten cuando quiero hablar
pero quizás de alguna forma hallen salida
sin saber muy bien dónde está el final.
La poesía lusitana se afana por achicar el Tajo
entre lágrimas que se pierden tras la cortina de lluvia
y el sol se asoma con más fuerza que nunca
que cualquier lugar
que cualquier rincón
reflejando su luz en cualquier dirección
hasta inundar la bóveda de cañón
en un arcoíris de iriscentes retazos multicolor.
El viento siempre constante arrullando las hojas,
las calles irregulares con su manto de adoquines,
sus ventanas siempre viejas, sus cristales siempre sucios,
su reluciente decadencia ladera arriba,
nos enseñan las sonrisas que aderezan sus primaveras.
Ya las calles se destejen como el verano que se despereza,
los balcones se abren de par en par dejando entrar la vida,
la poesía del Tajo se asoma con desparpajo
y los claveles crecen en cada esquina
levantando empedrados que despiertan como una nueva era.
Se acicalan las aceras,
se desvisten los sueños,
se amodorran las palabras
y se saltan todas las normas las rimas
que risan tan brillantemente tu mirada
que espero
como agua
dulce
de primavera
arropando tus dedos en caricias que te esperan hasta que llegue el reencuentro.
Y mientras Lisboa deslumbra en esta acuarela en plena explosión de colores justo en el medio.
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