martes, 24 de junio de 2014

El Palacio de Cristal

El viento se colaba por las rendijas y tonteaba con las corrientes de aire jugando a componer melodías graves que recordaban al órgano de la capilla de su colegio.

Avanzaba despacio, guiado por una especie de halo de luz que serpenteaba a través de chispas azules. Cada poco tiempo, el fuego fatuo se detenía y desaparecía para reaparecer de nuevo a escasos metros de donde él se hallaba.

Pocos minutos después, una estructura gigantesca digna del trabajo de un titán se alzaba frente a él. El Palacio de Cristal era una reliquia del pasado, de un siglo en que la industria textil emergente había afianzado la posición económica de la nueva burguesía catalana. Construido como centro de ocio para las reuniones y fiestas de la clase dominante, había conocido su mejor época hace décadas. Ahora, tras el hundimiento de esas familias, y la posguerra, el Palacio de Cristal había sido abandonado; convirtiéndose, así, en un esqueleto de vidrieras que dejaban traslucir la luz a través de sus cristales semiopacos a causa del polvo del tiempo y la vegetación salvaje que poco a poco se ha ido hacienda dueño del lugar.

Guiado incesantemente por el fuego fatuo, se internó en la boca de la cristalera. El lugar era mucho más lúgubre de lo que exteriormente semejaba. Su esplendor pasado solo se reflejaba en las pocas imágenes de las vidrieras que habían sobrevivido al paso de los años.

Al poco, llegó a otra habitación, en la que, para su sorpresa, descubrió que el Palacio de Cristal no era ese lugar idílico que los libros describían. Colgando del techo, había cientos de marionetas fabricadas con un material, aparentemente, muy semejante a la carne humana. Se acercó más y comprobó que sus primeros temores eran fundados, pues algunas de las figuras todavía goteaban sangre; recordando, a todo aquel que se acercase, que hubo un tiempo en que habían sido humanos de verdad.

De repente, un halo de aire helado hizo desaparecer el fuego fatuo y cerró las puertas de golpe. Como si de una señal del mismísimo infierno se tratase, las marionetas giraron bruscamente la cabeza en dirección al intruso, mientras mostraban unas dentaduras que podrían haber sido alguna vez de un lobo. Instantes después, guiadas por una fuerza sobrehumana, comenzaron a avanzar en dirección al único ser vivo de la sala.

Horrorizado, echó a correr hacia las puertas, pero estas, probablemente forzadas tras el golpe de viento, se resistían a abrirse. Augurando al intruso que pronto sería uno más, otra de esas figuras del averno. Recordando que el Palacio de Cristal se cobra todas las almas que osan internarse en su reino de sombras y muerte.

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