El viento se colaba por las rendijas y tonteaba con las
corrientes de aire jugando a componer melodías graves que recordaban al órgano
de la capilla de su colegio.
Avanzaba despacio, guiado por una especie de halo de luz que
serpenteaba a través de chispas azules. Cada poco tiempo, el fuego fatuo se
detenía y desaparecía para reaparecer de nuevo a escasos metros de donde él se
hallaba.
Pocos minutos después, una estructura gigantesca digna del trabajo de un titán se alzaba frente a él. El Palacio de Cristal era una
reliquia del pasado, de un siglo en que la industria textil emergente había
afianzado la posición económica de la nueva burguesía catalana. Construido como
centro de ocio para las reuniones y fiestas de la clase dominante, había
conocido su mejor época hace décadas. Ahora, tras el hundimiento de esas
familias, y la posguerra, el Palacio de Cristal había sido abandonado;
convirtiéndose, así, en un esqueleto de vidrieras que dejaban traslucir la luz
a través de sus cristales semiopacos a causa del polvo del tiempo y la
vegetación salvaje que poco a poco se ha ido hacienda dueño del lugar.
Guiado incesantemente por el fuego fatuo, se internó en la
boca de la cristalera. El lugar era mucho más lúgubre de lo que
exteriormente semejaba. Su esplendor pasado solo se reflejaba en las pocas
imágenes de las vidrieras que habían sobrevivido al paso de los años.
Al poco, llegó a otra habitación, en la que, para su
sorpresa, descubrió que el Palacio de Cristal no era ese lugar idílico que los libros describían. Colgando del techo, había cientos de marionetas fabricadas
con un material, aparentemente, muy semejante a la carne humana. Se acercó más
y comprobó que sus primeros temores eran fundados, pues algunas de las figuras todavía
goteaban sangre; recordando, a todo aquel que se acercase, que hubo un tiempo
en que habían sido humanos de verdad.
De repente, un halo de aire helado hizo desaparecer el fuego
fatuo y cerró las puertas de golpe. Como si de una señal del mismísimo infierno
se tratase, las marionetas giraron bruscamente la cabeza en dirección al
intruso, mientras mostraban unas dentaduras que podrían haber sido alguna vez
de un lobo. Instantes después, guiadas por una fuerza sobrehumana, comenzaron a
avanzar en dirección al único ser vivo de la sala.
Horrorizado, echó a correr hacia las puertas, pero estas,
probablemente forzadas tras el golpe de viento, se resistían a abrirse.
Augurando al intruso que pronto sería uno más, otra de esas figuras del
averno. Recordando que el Palacio de Cristal se cobra todas las almas que osan
internarse en su reino de sombras y muerte.
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