El mar golpea suavemente la orilla, haciendo saltar la
espuma de forma intermitente con el vaivén de las olas.
Sentado en la proa, Maxi admira el paisaje a través de sus gafas de sol. De espaldas a Rande, Pedro pone a punto su guitarra y Diego hace fotos a las Cíes. El cielo está limpio y la brisa es suave, así que aprovecho para escribir estas líneas durante el viaje a Cangas.
Sentado en la proa, Maxi admira el paisaje a través de sus gafas de sol. De espaldas a Rande, Pedro pone a punto su guitarra y Diego hace fotos a las Cíes. El cielo está limpio y la brisa es suave, así que aprovecho para escribir estas líneas durante el viaje a Cangas.
La Ría es un océano de tranquilidad en un mar de bateas que
la atraviesas como si fuesen islotes flotantes. Las gaviotas, con sus
chillidos, añaden un toque característico a la banda sonora del estival
ambiente.
El barco surca veloz el agua y en menos de media hora
estamos pedaleando por el Morrazo en dirección a Menduíña. Cuando llegamos
dejamos todo en la arena y corremos con los bañadores a darnos un chapuzón. En verano
puedes morirte de calor, pero por alguna extraña razón el agua siempre estará
helada.
Cuando el sol comienza a ponerse en Cíes, encendemos una
hoguera, sacamos los bocatas y Pedro saca la guitarra y los acordes comienzan a
desfilar por sus manos, mientras el resto, tumbados mirando al cielo, nos
perdemos entre las estrellas con la sensación de que en ningún sitio podríamos
estar mejor.
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