sábado, 13 de enero de 2024

Suspiros frente a la ventana

Echo de menos tener tiempo para mí,
para conectar conmigo,
con mis emociones.

Echo de menos tener tiempo en soledad para escribir, para leer, para reflexionar,
para hacer aflorar mis sentimientos
y comprender cómo me siento.

Mirar por la ventana
y oler el invierno,
palparlo,
experimentar con ello,
jugar a las escondidas con el cielo,
con la lluvia,
con el dolor,
con el viento.

Deambular por calles vacías
mientras me cae el mundo encima,
soñar,
fantasear
con cosas que podría suceder,
aprender a atreverme,
a volver a dejar
la mente volar
como si nunca hubiese dejado de tener los pies
a unos pocos centímetros del suelo,
pero lo suficiente
como para no sentirme aplastado
por la asfixiante cotidianidad.

El mapa,
el mapa mental
como brújula de ilusiones, de senderos,
de caminos que escoger,
de pueblos, ciudades, destinos que descubrir y atesorar en mis recuerdos.

Pensar en el mar,
en el Cantábrico golpeando la escarpada costa verde,
en los campos inmensos de Castilla ondulando suavemente,
en las laderas de Portugal, en los alcornoques y encinas del Alentejo,
en las montañas de Tras os Montes, en Sanabria, en los rumbos que emprendemos.

Sentarme a escribir frente al Orzán,
con la noche acicalándome la mirada,
el frío encharcando mis huesos,
los recuerdos a flor de piel
y el tiempo apostando a que si piso el freno no llegaré,
a dónde sea que no llegue, pero que no llegaré,
y por eso
quizás
acelero.

Echo muchas cosas de menos,
pero creo
que lo que más,
lo que más echo de menos,
es sentir que vivo,
sentir que algo se me remueve por dentro.

Lento y lastimero invierno,
atrapado en un rincón del mundo
sin salidas para el laberinto interno,
solo eso tengo,
quizás cuando el sol se alce
y brille más
podré volver a tener sentimientos intensos.

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