Y es que en fechas como esta no puedo más que pensar en ese otoño mágico en el que nos encontramos uniendo el invierno y el verano.
Yo andaba aporreando el teclado del ordenador en busca de poesía sucia, urbana, de noches de desvelos y ceniza en el cenicero del alma. Leía comics de Kingdom Hearts y veía Sobrenatural, mientras asomaba el infierno en mi poesía. Mi mundo venía de cambiar después del campo de voluntariado de Muiños y trataba de encontrarme en el nuevo rumbo que necesitaba darle a mi vida.
En ese contexto apareciste tú con tu risa y el brillo de tus ojos, con tus palabras de cariño y tus vaciles, con tus bromas y tu devoción. Y no sé bien cómo, pero a base de hablar cada noche nuestros caminos se cruzaron y comenzaron a ser un sendero que recorríamos paralelos escondiéndonos del frío de ese otoño de hojas volando al entrelazar nuestros dedos y nuestras manos. Nos perdíamos el uno en el otro en cualquier rincón y era en noches robadas al calendario que nos escondíamos en casa de tu abuelo para descubrirnos entre las sensaciones que nos producíamos al erizarnos la piel a base de versos y caricias. Y se nos daba bien. Se nos daba muy bien.
Otoño siempre ha sido una estación de transiciones
de conexiones
y fue así
de forma tan sencilla
que mis demonios salieron a bailar contigo de la mano
mientras sonreíamos
con la ilusión
de quién tiene el hechizo del fuego entre los centímetros de las manos.
Y todo lo demás no importaba.
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