lunes, 1 de diciembre de 2014

En la memoria

El tiempo.
El tiempo se lo lleva todo, como un millar de hojas de calendario volando al viento.
Se cuela entre las grietas y va borrando los recuerdos de los que un día vivió alguien.
Sin pausa.
Sin prisa.
Solo poco a poco, pero de manera constante. Como las agujas de un reloj inagotable.
Tik.
Tak.
Tik.
Tak.

El tiempo es relativo.
Para mucha gente el tiempo es solo una medición, una herramienta que nos recuerda que somos criaturas temporales.
Pero para toda la gente que vivió aquí, el tiempo era su verdadera cárcel. El tiempo era el recordatorio de cuanto llevaban aquí y cuanto les quedaba entre estas paredes.
Cuanto les faltaba para perder la razón o cuanto más podrían resistir.
El tiempo.
Ese ritmo constante que nos acerca al futuro y nos trae los gritos del pasado en forma de susurros. Recordándonos que entre estas paredes hubo una época en la que se destruía a los presos. Poco a poco, sin prisa; pues quienes estaban en el poder se creían eternos.
El tiempo.
El mayor enemigo de estos héroes. Cada minuto aquí los desgastaba. Y a pesar  de esto, el tiempo variaba. En el “segredo”, aislado del resto de la humanidad, el tiempo se distorsionaba hasta el punto de convertirse en cuatro paredes inmutables que semejaban perpetuas.

Tik.
Tak.
Tik.
Tak.
El tiempo.
Quien controla el tiempo puede controlar la mente humana. La PIDE, heredera de las técnicas de la Gestapo, lo sabía bien. Sabía que la mente solo podía ser destruida cuando cortas cualquier enlace con el mundo real, cuando obligas al individuo a buscar refugio en su propia mente. Y así hacían. Aislaban al preso al entrar en Peniche, con el objetivo de debilitarlo. Pero resistían. Gracias a sus recuerdos resistían.
El tiempo.
Ese avanzar constante que deja todo atrás a su paso.
Inexorablemente.
Ajeno a todo lo que destruye.
Sin importarle si eso es bueno o malo.
El tiempo.
Una de las pocas cosas que el ser humano todavía no ha podido controlar.
El tiempo avanza. Nos supera. Y la única forma que tenemos de hacerle frente es con los recuerdos, la memoria.
Los recuerdos tienen la capacidad de perpetuarse, de impregnar todas y cada una de las cosas que hay en nuestro entorno, para así formar parte de nuestra memoria.
La memoria pervive y se reafirma ante el paso del tiempo, transmitiéndose de unos a otros. Por eso el Estado Novo no pudo destruir completamente a los presos. Por eso su historia ha llegado hasta nosotros.
El tiempo puede con todo, excepto con la memoria, pues esta tiene la capacidad de fluir y transmitirse. Por eso estos ladrillos que ahora no son nada representan tanto, porque sabemos todo lo que ocurrió aquí para que estas paredes no engullesen la memoria de los presos y los condenase al olvido.
Porque la memoria es la base de la sociedad. Y un pueblo que olvida es un pueblo derrotado. Un pueblo condenado a repetir sus mismos errores una y otra vez.
Por eso se hace imprescindible ganarle la batalla al olvido. Y poder recordar así, el pasado de lucha y resistencia del que el pueblo se siente orgulloso.

El tiempo.
El tiempo se lo lleva todo, como un millar de hojas de calendario volando al viento.
El tiempo se lo lleva todo. Excepto una cosa:

La memoria de un pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario