El tiempo.
El tiempo se lo lleva todo,
como un millar de hojas de calendario volando al viento.
Se cuela entre las grietas y
va borrando los recuerdos de los que un día vivió alguien.
Sin pausa.
Sin prisa.
Solo poco a poco, pero de
manera constante. Como las agujas de un reloj inagotable.
Tik.
Tak.
Tik.
Tak.
El tiempo es relativo.
Para mucha gente el tiempo
es solo una medición, una herramienta que nos recuerda que somos criaturas
temporales.
Pero para toda la gente que
vivió aquí, el tiempo era su verdadera cárcel. El tiempo era el recordatorio de
cuanto llevaban aquí y cuanto les quedaba entre estas paredes.
Cuanto les faltaba para
perder la razón o cuanto más podrían resistir.
El tiempo.
Ese ritmo constante que nos
acerca al futuro y nos trae los gritos del pasado en forma de susurros.
Recordándonos que entre estas paredes hubo una época en la que se destruía a
los presos. Poco a poco, sin prisa; pues quienes estaban en el poder se creían
eternos.
El tiempo.
El mayor enemigo de estos
héroes. Cada minuto aquí los desgastaba. Y a pesar de esto, el tiempo variaba. En el “segredo”, aislado
del resto de la humanidad, el tiempo se distorsionaba hasta el punto de
convertirse en cuatro paredes inmutables que semejaban perpetuas.
Tik.
Tak.
Tik.
Tak.
El tiempo.
Quien controla el tiempo puede
controlar la mente humana. La PIDE, heredera de las técnicas de la Gestapo, lo
sabía bien. Sabía que la mente solo podía ser destruida cuando cortas cualquier
enlace con el mundo real, cuando obligas al individuo a buscar refugio en su
propia mente. Y así hacían. Aislaban al preso al entrar en Peniche, con el
objetivo de debilitarlo. Pero resistían. Gracias a sus recuerdos resistían.
El tiempo.
Ese avanzar constante que
deja todo atrás a su paso.
Inexorablemente.
Ajeno a todo lo que
destruye.
Sin importarle si eso es
bueno o malo.
El tiempo.
Una de las pocas cosas que
el ser humano todavía no ha podido controlar.
El tiempo avanza. Nos
supera. Y la única forma que tenemos de hacerle frente es con los recuerdos, la
memoria.
Los recuerdos tienen la
capacidad de perpetuarse, de impregnar todas y cada una de las cosas que hay en
nuestro entorno, para así formar parte de nuestra memoria.
La memoria pervive y se
reafirma ante el paso del tiempo, transmitiéndose de unos a otros. Por eso el
Estado Novo no pudo destruir completamente a los presos. Por eso su historia ha
llegado hasta nosotros.
El tiempo puede con todo,
excepto con la memoria, pues esta tiene la capacidad de fluir y transmitirse.
Por eso estos ladrillos que ahora no son nada representan tanto, porque sabemos
todo lo que ocurrió aquí para que estas paredes no engullesen la memoria de los
presos y los condenase al olvido.
Porque la memoria es la base
de la sociedad. Y un pueblo que olvida es un pueblo derrotado. Un pueblo
condenado a repetir sus mismos errores una y otra vez.
Por eso se hace
imprescindible ganarle la batalla al olvido. Y poder recordar así, el pasado de
lucha y resistencia del que el pueblo se siente orgulloso.
El tiempo.
El tiempo se lo lleva todo,
como un millar de hojas de calendario volando al viento.
El tiempo se lo lleva todo.
Excepto una cosa:
La memoria de un pueblo.
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