Vigo se desangra, poco a poco, arrastrando ríos de nostalgia por sus calles. Mientras la Gran Vía llora, el Castro se desgrana poco a poco, como los pétalos que dicen "me quiere, no me quiere".
La melancolía se viste de gala y encharca las avenidas grises convirtiendo a la ciudad olívica en un lienzo en blanco y negro.
Es extraño, el sol brilla y hace días que el cielo no estaba tan azul, pero todo me resulta ajeno, como la melodía de un fado lejano cantando a la patria querida. Es como si el espejo se rompiese en mil añicos, rompiendo la ilusión de que nada ha cambiado, cuando lo ha hecho todo; como las memorias de una guerra que deshumaniza el corazón saboreando todas y cada una de las almas rotas.
Y es ahí, cuando hasta la puesta de sol me resulta indiferente e insípida, como el delirio del que Borja hablaba.
Porque algo se ha roto, un salto en el tiempo palpable, aunque los posters y fotos de la habitación digan lo contrario.
Quien sabe, quizás sea verdad eso que decían de que nunca volverás realmente a casa una vez te has ido.
Quizás la mente mutada tenga prohibido el paso, como un espíritu condenado a vagar por siempre.
Quizás recuerdos y mente se rompan y ya nada vuelva a ser igual.
Quizás el tiempo ha vuelto a hacer de las suyas.
Quizás...
Yo solo se que Vigo se desangra, desgajándose en miles de gotas que gritan: "te condenamos a vivir desarraigado a todo lo que considerabas tu hogar".
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