Caminaba. Caminaba, simplemente, sin rumbo, sin objetivo a donde ir, sencillamente caminaba para sentir el aire frío del otoño portugués y la noche de finales de noviembre en una pequeña ciudad del centro del país lusitano.
Caminaba, simplemente caminaba, y en ese caminar las baldosas me iban guiando a donde quiera que me llevasen mientras mi mente volaba a cientos de metros de altura y me observaba a mí mismo en la insignificancia de una existencia que nadie termina de entender pero ante la que nadie parece pararse a intentar resolver su razón de ser.
Caminaba, y en mi camino recorría los rincones de una ciudad que durante esos meses eran mi hogar, bajo la atenta vigilancia de los escaparates vacíos que me observaban en mi lento peregrinaje por mi mente humana.
Caminaba, simplemente caminaba, y en ese caminar mis pulmones se encharcaban del característico olor portugués que recorría el aire mientras la saudade invadía mi pecho para no abandonarme nunca más y aflorar siempre y cuando la necesitase.
Caminaba... y ahora me gustaría poder volver a caminar por esa ciudad que ya siempre vivirá en mi corazón.
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