Desgrano filigranas de grises y negros en dónde un día hubo arcoíris que cayeron a golpes de fusil de los tendales del cielo.
Coso, con brasas y fuego, las marcas a sangre en mi pecho; como si el olvido pudiese traer paquetes de soledades prefabricadas.
El oleaje rompe con fuerza en la lejana letanía de la oscuridad palpitante, mientras de fondo suena una balada afónica de lluvia, humo de motores y lágrimas rotas entre mirada y mirada de los viandantes.
Escribo con la solemnidad del desamparo de un Dios que se marchó por temor a su propia obra, como si la huida hiciese más digerible la caída.
Escupo, con la estupefaciente impaciencia del que ha probado las mieles del fracaso ante las expectativas de ese banal sendero al que llaman destino.
Sangro sobre las losas del tiempo, esquivando las huellas rojas que dejo en el camino a mi paso por el mundanal cementerio caído en desgracia tras una era postindustrial que nos convirtió a todos en autómatas modernos.
El fulgurante resplandor de los rayos hilvana con la precisión de un sastre miles de redes que convierten a la araña más ingeniosa en una mera aficionada del espectáculo menos sobrevalorado de todos los tiempos.
Sudo, arrojando gotas de alma en cada ventana que se funde en una lenta melodía con el viento, sintiendo que paraíso e infierno se ciernen en un solo elemento.
Silbo sordas notas en sí bemol, con una inocente tentativa de convertir en síes todos los noes que me arrojaron a la cara durante los años en que aun soportaba la risa.
Dibujo desamparados rosetones con cientos de desaparecidos colores de las miles de fantasías que alguien plasmó en un lienzo, como si todo fuese tan fácil como soñarlo y admirarlo desde lejos.
* * *
Y sigo
como cada día
rompiendo el silencio a versos,
parcheando el vacío sin éxito,
salvando los corazones que han quedado huecos.
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