Escupo un puñado de sangre,
me miro las manos
y están demacradas por el hambre
de sentir en esta soledad existencial que es el vacío.
Desgarro la camisa sin complejos
y en el pecho
tres miradas al infierno
en forma de cristales de azulejos.
Me acerco a la repisa de la ventana
y sin prisa y con calma
calculo cuanto tardaría en la bajada,
pero me falta valor y me tiro en cama.
Los trozos del espejo
me reflejan a pedazos
como una sombra a lo lejos
de lo que fui hasta no hace tanto.
Se incrusta en mi piel
y nace una rosa de fuego
que borbotea con sed
dibujando filigranas hasta el suelo.
Tardo en ceder
al poder del sueño
y lo último que puedo ver
es como poco a poco me alejo.
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