sábado, 31 de diciembre de 2016

El síndrome de viaje

Soñé                      
en cada piedra del camino por el que he pasado y fantaseé con perderme para no volver.

Imaginé
que encontraba el siguiente paso a dar y la ruta se convertía en mi hogar.

Amé
en la distancia
en mil paisajes diferentes
y ahora relaciono luces, olores y temperaturas con personas que no llegaba a tener a mi lado más del tiempo que se fugaba en cada segundo que disfrutaba en cada lugar.

Deambulé
por ciudades que desconocían mi nombre,
orillas de ríos que se llevaban mis miedos,
playas que confundían mis huellas con la eternidad
y noches infinitas en las que respirar libertad.

Escribí 
con todo lo que tengo de cada lugar porque sé que no soy más que una estela que ya no está cuando echas la vista atrás;
puede que así al menos logre recordar esos intensos instantes.

Me enamoré
menos veces de las que recuerdo,
pero un Martes 13 quedó grabado en mi mente,
desde ese día ya no camino solo y tengo compañera en este viaje que nunca sabes a dónde terminará por llevarte.


Soñamos
con perdernos en playas,
respirar el aire frío de montañas
y saltar de país en país como quien tiene en sus manos un mapamundi que finge teletransportarte con solo pensarlo.

Imaginamos
que vamos de la mano
a donde queramos,
con la mochila en la espalda y el viento de nuestro lado.

Deambulamos
por mil calles empedradas
con esperanzas por cumplir sin necesidad de mirar atrás.

Escribimos
porque el mundo es demasiado grande como para plasmarlo en una sola foto sin nada más que la acompañe;
-nunca me ha convencido eso de que una imagen vale más que mil palabras.-

Nos enamoramos
de nuestras miradas reflejadas en diferentes atardeceres
y los coleccionamos como quien guarda postales en su pequeña caja de tesoros.


Hice e hicimos
todo eso y más
      pero el futuro se abre camino
y el horizonte es solo la siguiente parada del viaje
          no el final.

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