No es igual de sano curarse que cargar con esa losa, eso está claro. Así que mejor tratar de sanar las cosas de la forma adecuada. Y que el tiempo lo termine curando todo.
Me dije que no me enfangaría en el lodo del dolor ni en la apática y encharcada escala de grises de la tristeza, me lo dije. Dije que no haría eso, pero también de vez en cuando tengo unas irrefrenables ganas de escribirte -aunque nada de lo que te escriba esté a la altura- y eso es lo que voy a hacer.
Va a ser un cristo de palabras sin orden ni concierto, me imagino, es lo más probable; ya sabes que nunca he sido muy de retocar las cosas que escribo y no voy a empezar a ahora a cambiar los hábitos y las costumbres. A ti no te importaría el resultado, solo la intención, así que a ello voy.
Te echo de menos.
Todos los días.
Es irme de casa y echarte de menos, es llegar a casa y echarte de menos. Es sentir la brisa y echarte de menos. Porque sea el momento que sea, te echo de menos.
Tú, que estabas siempre ahí en las buenas y en las malas, en la alegría y el dolor, en la noche y en el día. Siempre incansable e insaciable, siempre dispuesta a dar más y más cariño por los demás, porque todo para lo que vivías era para darnos cariño y guiarnos por la vida y que no nos perdiéramos demasiado; por eso cuando echabas a caminar de vez en cuando echabas la mirada atrás, para asegurarte de que te seguíamos y que todo seguía en orden, tal y como debía estar todo.
Tú, que tanto tiempo has estado a nuestro lado, que tantos kilómetros nos has acompañado y tantas vidas nos continuarás guiando, desde algún sitio, ya no estás aquí, ya no estás físicamente a mis pies durmiendo, a mi lado. Y yo, te echo de menos. Mucho. No sabes cuánto.
Es irme de casa y echarte de menos, y al llegar, y al pasear; todo es un continuo echarte de menos, porque ya no estás.
Y ojalá no fuera así, ojalá fuera todo distinto, pero no puede ser, y yo lo sé, y tú lo sabes. Y a pesar de eso hay días en que la tristeza se abre paso junto a la melancolía y se permiten la licencia de echarte de menos con más fuerza, pero sin caer, tranquila. Te prometí que no caería, y eso pienso hacer. No caer. Pienso cumplirlo por ti, por ella, por todos. Por las contadas almas que tengo a mi lado y buscan mi sonrisa cada día. Por todas ellas no pienso caer.
Pero de vez en cuando me permito dejar aflorar un poco la tristeza y escribir sin ton ni son. Sin orden ni concierto. Dejando a mis dedos caminar por las teclas con la tristeza asolagando los segunderos del reloj. Poco tiempo, no mucho, para que no sea permanente y esta tristeza no se convierta en una constante en mi vida; pero sí lo suficiente como achicar agua y soledad y poder seguir manteniéndome a flote sin sucumbir al dolor.
Porque te lo prometí.
Y porque no quiero volver a estar igual de mal que hace un año.
Te echo de menos. Mucho. Muchísimo. No sabes cuánto.
Espero que esta carta te llegue a algún lado, sea donde sea que estés escondida y refugiada dentro de mi corazón. Dándome calor. Cuidándome. Y por supuesto, eso siempre, guiándome.
Gracias.
Te queremos mucho. Todos. No lo olvides.
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