domingo, 13 de enero de 2019

Te olisqueé en el aire de esta tarde de enero

El tiempo lo cura todo dicen... Es un hecho en realidad, o sea, es así, para que le vamos a dar vueltas a algo que es así, el tiempo lo cura todo, sí o sí, y si no llega a curar sí permite sepultar todo lo malo bajo una gran losa que tapa un profundo agujero a lo más negro del corazón. Así que, aunque no cura, si tapa, y aunque a efectos prácticos viene a ser lo mismo, en realidad no es lo mismo, supongo.

No es igual de sano curarse que cargar con esa losa, eso está claro. Así que mejor tratar de sanar las cosas de la forma adecuada. Y que el tiempo lo termine curando todo.

Me dije que no me enfangaría en el lodo del dolor ni en la apática y encharcada escala de grises de la tristeza, me lo dije. Dije que no haría eso, pero también de vez en cuando tengo unas irrefrenables ganas de escribirte -aunque nada de lo que te escriba esté a la altura- y eso es lo que voy a hacer.

Va a ser un cristo de palabras sin orden ni concierto, me imagino, es lo más probable; ya sabes que nunca he sido muy de retocar las cosas que escribo y no voy a empezar a ahora a cambiar los hábitos y las costumbres. A ti no te importaría el resultado, solo la intención, así que a ello voy.

Te echo de menos.

Todos los días.

Es irme de casa y echarte de menos, es llegar a casa y echarte de menos. Es sentir la brisa y echarte de menos. Porque sea el momento que sea, te echo de menos.

Tú, que estabas siempre ahí en las buenas y en las malas, en la alegría y el dolor, en la noche y en el día. Siempre incansable e insaciable, siempre dispuesta a dar más y más cariño por los demás, porque todo para lo que vivías era para darnos cariño y guiarnos por la vida y que no nos perdiéramos demasiado; por eso cuando echabas a caminar de vez en cuando echabas la mirada atrás, para asegurarte de que te seguíamos y que todo seguía en orden, tal y como debía estar todo.

Tú, que tanto tiempo has estado a nuestro lado, que tantos kilómetros nos has acompañado y tantas vidas nos continuarás guiando, desde algún sitio, ya no estás aquí, ya no estás físicamente a mis pies durmiendo, a mi lado. Y yo, te echo de menos. Mucho. No sabes cuánto.

Es irme de casa y echarte de menos, y al llegar, y al pasear; todo es un continuo echarte de menos, porque ya no estás.

Y ojalá no fuera así, ojalá fuera todo distinto, pero no puede ser, y yo lo sé, y tú lo sabes. Y a pesar de eso hay días en que la tristeza se abre paso junto a la melancolía y se permiten la licencia de echarte de menos con más fuerza, pero sin caer, tranquila. Te prometí que no caería, y eso pienso hacer. No caer. Pienso cumplirlo por ti, por ella, por todos. Por las contadas almas que tengo a mi lado y buscan mi sonrisa cada día. Por todas ellas no pienso caer.

Pero de vez en cuando me permito dejar aflorar un poco la tristeza y escribir sin ton ni son. Sin orden ni concierto. Dejando a mis dedos caminar por las teclas con la tristeza asolagando los segunderos del reloj. Poco tiempo, no mucho, para que no sea permanente y esta tristeza no se convierta en una constante en mi vida; pero sí lo suficiente como achicar agua y soledad y poder seguir manteniéndome a flote sin sucumbir al dolor.

Porque te lo prometí.

Y porque no quiero volver a estar igual de mal que hace un año.


Te echo de menos. Mucho. Muchísimo. No sabes cuánto.

Espero que esta carta te llegue a algún lado, sea donde sea que estés escondida y refugiada dentro de mi corazón. Dándome calor. Cuidándome. Y por supuesto, eso siempre, guiándome.

Gracias.


Te queremos mucho. Todos. No lo olvides.

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