Me he sentado frente al ordenador con música electrónica de fondo, no sé a dónde quiero llegar, pero sé cómo quiero empezar, con una declaración de intenciones:
Quiero escribir, hace mucho que no escribo, y quiero escribir.
Llevo ya mucho tiempo sin saber qué decir al folio, con la vida vacía de ideas, con un ritmo de vivir el día a día simplemente porque este mundo no nos permite ningún respiro y si todo es ahora así... ¿cómo será en un trabajo asfixiante? Temo ese momento. Sinceramente. Le temo mucho.
Puede que eso fuese lo que quisiese contar al folio en blanco o quizás solo liberar un poco estos ateridos dedos que se están olvidando de cómo teclear letras en un portátil. Temo olvidar.
¿Alguna vez habéis tenido miedo a dejar de sufrir?
¿Qué hay más allá?
¿Solo esto? ¿Una apática vida de ritmo frenético? Entonces puede que quiera seguir sufriendo. Así al menos sentía algo...
La ventana francesa no me dice nada, hace tanto frío que no puedo abrir la ventana, de modo que no tengo brisa que respirar, olores que percibir, noches que disfrutar, horizontes en los que perderme y dejarme llevar. El reloj marca su ritmo y nosotros, pobres adultos con la juventud diluida entre los dedos, nos aferramos al pasado porque es ahí donde residía la esperanza. Ahora, la palabra simplemente es fe. Fe en lograr ser felices algún día. Como si eso fuese posible en algún momento.
Sonríe de lado.
Mete las manos en los bolsillos. Piérdete entre la niebla y no ceses en intentarlo. Con sangre. Con sudor. Con dedos ateridos que no quieren dejar de escribir por mucho que pasen los años.
Nos encontraremos al otro lado.
Solo promételo. No hace falta que sea verdad. No es necesario que sea cierto.
Solo promételo.
Ha costado, pero aquí estoy de nuevo. A medias, a trozos, lo suficiente para ser yo y no caer completamente en el intento.
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