Aporreo el teclado buscando espantar un poco todos los fantasmas que vienen a visitarme estos días durante la madrugada, como si así fuese a lograr acallar todas esas voces que me repiten una y otra vez -no lo vas a lograr-, -vas a fracasar-, -ni lo intentes-. Y es gracioso, o quizás irónico, no sé, puede que solo resulte una muestra más de patetismo, pero esas voces vienen de mi propia cabeza y me ahogan, más y más y más, como una niebla densa y pesada que trata de aplastar cualquier atisbo de luz que pueda entrar entre tantas tinieblas negras.
Ansiedad, dicen.
Y no es que tenga miedo a las tinieblas, a menudo te guían, te acompañan y te hacen fuerte. Pero eso solo es cuando logras controlarlas y hacerlas tuyas. El resto del tiempo es un terrible cúmulo de demonios que se ríen de ti a tus espaldas y de cara vienen con uñas y dientes a desgarrarte cada puñado de esperanza hasta que solo quede un reguero de penas y un alma rasgada en mil pedazos destrozados.
No sé. La verdad, es que no sé.
Pero por eso aporreo el teclado, con fuerza, con irritabilidad, con tediosa y desesperada mirada de agonía, como quien quiere huir más rápido que su propia sombra y no sabe que la arrastra tras de sí pegada a sus pies. ¿Quién fue el imbécil que creyó posible escapar de las pesadillas? Resulta tan patéticamente vulnerable verme al otro lado del espejo, con esa sonrisa de medio lado de cordero degollado que no sabe sobrevivir por sí mismo si no es sosteniéndose en los otros. Incluso a eso nos han enseñado a tener miedo. No vaya a ser que aprendamos que juntos somos fuertes y separados solo somos un puñado de locos corriendo sin rumbo, como pollos sin cabeza en una matanza que celebre nuestro fracaso como clase.
Todo eso podría pensar.
Pero en realidad solo tengo un puñado de voces que me repiten insistentemente que huya, que escape, que evite el fracaso y el miedo. Si no lo intentas no puedes ganar... pero tampoco perder. Simplemente quedarse sentado en un banco mirando el paisaje y al mundo girar, como si nosotros solo fuésemos un espectador más en este espectáculo que es la rutina, mientras la vida va pasando para todos menos para nosotros, pobres títeres rotos que han creído poder romper sus cuerdas por sí solos.
Si no lo intentas no puedes fallar.
Te repites una y otra vez, como si así fueras a solucionar algo. Y lo más irónico es que sabes que no es verdad y que así no solucionas nada. Y todos los fantasmas y demonios seguirán sonriendo con sus fauces lobunas mientras tú lloriqueas en un rincón aporreando el teclado, como si así fueses a escapar, como si así pudieras ser salvado. Justicia poética. Licencia artística. Cuarta pared que se resquebraja ante nuestra mirada vidriosa, lastimera y despedazada.
Ansiedad, dicen.
No lo sé.
Solo me miro al espejo y no me reconozco.
Y todo lo demás son tonterías del resquebrajado escritor.
Aporreo el teclado buscando salvarme, pero solo me topo con un puñado de demonios que han venido a buscarme en la madrugada. Me tienden su mano. Yo miro a la soledad a los ojos. Y elijo seguir sus pasos.
Solo queda vacío.
Y un cuerpo inerte al pie de la torre del reloj.
Ufff deja mucho que pensar con todas las analogías que planteas para representar los miedos que en demasiadas ocasiones nos invaden y bloquean al momento de decir, hacer y pensar, pero me quedo con esto:
ResponderEliminar"No vaya a ser que aprendamos que juntos somos fuertes y separados solo somos un puñado de locos corriendo sin rumbo..."
Aveces si es caer en la tentación de pertenecer a la manada, siendo que cada vez que lo hacemos perdemos algo de nuestro ser.
¡Saludos!