-La única cosa cierta que tendremos para siempre en la vida es la muerte-. Pensaba ayer mientras me acostaba cansado, agotado, de un mundo que no te garantiza nada salvo la certeza de que la muerte te acompañará toda la vida. Y ahí estaba yo, bebiendo antes de acostarme con mis fantasmas, reflexionando sobre la imparable ausencia que todo lo devora a su paso de solitaria cabalgada que deja tras de sí una negra nada que todo lo baña, que todo lo encharca, como una muerte silenciosa a caballo que cumple su cometido, porque es lo único que sabe hacer.
-Lo único que tendremos para siempre en la vida es la muerte-. Giro, y giro, y giro. Y doy otra vuelta. Y después otra. Y esa frase me acompaña a medida que pasan las horas y yo me intento dormir. Pero una polilla se ha colado en la habitación y me impide caer completamente en ese descanso profundo sobre algodones que es el sueño reparador cuando tanta falta te hace. Pero la polilla revolotea. Revolotea por toda la habitación. Con ese zumbido de aleteo que recuerda a folios cortantes agitándose en el viento. De esos que escuecen. O no sé, a mí me habla de eso ese sonido. Y enciendo la luz y trato de localizarla. Por un instante creo, solo creo, que la he visto. Pero una sombra se esconde debajo de mi cama, tras la almohada. Y vuelvo a tumbarme.
-En esta vida solo tenemos una certeza, la muerte-. Otra vez ese ruido martilleante, como de cortes en el aire, como fantasmas deslizándose a través de los sueños y mi duermevela. ¿Qué hora será? Miro el reloj. Apenas han pasado unos escasos 20 minutos desde que me he acostado. Y estoy que me muero. de cansancio. Pero la mariposa de alas de muerte sigue ahí. En algún lugar. Expectante. Vigilando cualquier pequeño movimiento de mi vigilia nocturna.
-Solo existe un para siempre en esta vida y eso es la muerte-. Solo existe un para siempre en esta vida. La muerte. Solo existe un para siempre. La muerte. Solo existe. La muerte. Solo. La muerte.
La muerte.
Nada más.
La muerte.
Y otra vez ese zumbido. Cortes en el aire. Cortes en la vida. Cortes en la muerte. La polilla que revolotea por encima de mi cabeza, por encima de mi mente. Y yo despierto. Solitario. Ausente. Tratando de dormirme para huir de este mundo. Y dejarme llevar de una vez por ese pasillo inundado de agua y cubierto de algodones que es el descanso sumiso, sutil, completo. El descanso eterno. El descanso del vivieron felices para siempre.
Vivieron conscientes de su muerte.
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