Ansío algo sentado frente a una ventana, perdido en una ciudad cualquiera del noroeste francés, aporreando las letras del teclado como si así fuese a lograr arrancarle mayor profundidad a las palabras, mayor emoción a las frases, sonrisas más profundas a la vida. Pero no es cierto, y últimamente solo me siento para perder el tiempo en un día a día que se me escapa incapaz de hallar ilusiones que duren más de 24 horas en la vida. La soledad. Me digo. La soledad es lo que tiene.
Llego a casa, después de 30 minutos conduciendo. Me desvisto y tiro la ropa del día a la cama, me pongo el pantalón corto y me quedo sin camiseta, buscando en el frío al abrir la ventana un respiro a tanta desgana. Adecento un poco la habitación, lo que viene a ser pasar la mopa un poco y reordenar todo lo que he desordenado el día anterior. No sé cómo lo hago, pero mi habitación siempre tiende al desorden, supongo que es la explicación práctica de la entropía, y contra eso, como contra el resto del universo, no se puede luchar. A lo sumo ponerle un poco de remedio.
Sentado, mirando el cielo por la ventana, tengo antojo de un cigarro, no es que disfrute fumando, pero ver el humo perdiéndose en el aire me recuerda que siempre existe una forma de escapar, leve, frágil, como un verso libre que no lleva a ningún lado. Me gusta el humo, es sugerente, es evocador, y me recuerda a Lura.
Hoy he tenido pesadillas. Mis demonios me atormentan mientras duermo porque saben que por el día ya tienen la batalla ganada. Y yo trato de aferrarme a la almohada, pero estoy más seco que un mar sin agua y soy incapaz de dejarme llevar por las lágrimas.
La niña de la mirada siempre radiante se me ha aparecido despierto. Como una sonrisa de buenas noches y muchos muchos besos que ya no puedo dar, que ya no puedo recibir. Cinco pisos para llegar. Cinco pisos que ya no se pueden subir. Cinco pisos que se escapan. Cinco pisos que ya no tiene sentido evocar con palabras si no es para sentirme mejor. Y no me siento mejor.
El silencio de la soledad me atenaza. Y mientras tanto busco respuestas por la ventana. Busco preguntas en las sábanas. Busco reflejos en los libros. Y todo. Todo. todo.
Todo está vacío.
Iluso de mí. Por creer que se podía burlar al destino.
Y eso que no existe.
Eso es lo más triste
que justamente no existe.
Pero por algún motivo
soy incapaz de orientar mi camino
y solo doy un traspiés tras otro
esperando a que todo se derrumbe
porque pierdo lo que tengo
como pierdo los mecheros
y aún así
todo arde
todo arde...
En la noche Clementine decidía que era mejor pasar de largo ante mí
y Lura también
y yo
mero espectador
solo podía verlas
irse
alejarse
como todo el mundo
se va
se aleja
y yo incapaz
no puedo ponerle remedio
yo incapaz
no puedo hacer nada para evitar esta soledad.
Yo
Incapaz
No puedo
Hacer nada.
Y el mundo se me escapa entre las manos
sin humo en el cigarro
sin sueños en la sangre del brazo
sin cicatrices en el pecho
solo vidas
y vidas
y vidas
supurando
desesperanzas
que ya no tienen río al que llegar
que ya no tienen mar en el que acabar.
Podría tratar de remediarlo todo
pero todo se ha hecho trizas solo
por mí
por mi culpa
y ahora
en esta soledad
que patéticamente me inunda
solo puedo aspirar a escribir
a escribir algo decente
no para los demás,
no para los otros,
solo para mí,
solo por llegar a la luz de algún modo
y salvarme.
Salvarme,
porque la poesía
es lo único
que en esta dolorosa soledad
podrá venir a por mí,
mientras mis demonios me arrastran
a un remolino de tinieblas y oscuro
donde no hay otro rumbo
que caer.
Porque si algo me queda cuando nada me quede
será escribir,
escribir sangre
hasta la muerte.
Y ni aún así.
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