Entre la luz oscura
yo me vi
tan perdido
como un pequeño trozo de ceniza
que se lleva el viento,
desorientado y herido,
olvidado y hundido,
logré abrir caminos
donde Dios se olvidó de estar
y en esta soledad
igualmente fría
percibí el olor de la muerte
y creí que todo se acababa
y creí que todo se acababa.
Los cuadernos no escritos
se hundieron en las negras aguas
y completamente ennegrecido
el firmamento pintó rayas y puntos,
mensajes cifrados que no llegan a ninguna parte,
y mortalmente caí inmortal
en un denso sueño
de olvidos y paz.
Cerré todas las puertas
y no miré atrás.
Cerré todas las puertas
y no miré atrás.
El cielo lloraba a cada paso,
lúgubre destino que todo se lleva,
y la máquina de escribir quedó tragando polvo
bajo una gruesa capa de soledad.
El sol me miró
y me vi desnudo
ante la sonora llamada del último umbral.
Por favor,
no me mates.
Por favor,
no me hieras.
Por favor,
no me hagas perder todo lo que todavía me da cuerda.
Por favor,
no me mates.
Por favor,
no me hieras.
Por favor,
no me hagas perder todo lo que todavía me da cuerda.
Supliqué a Dios
y no me escuchó,
recé a algún ente superior
y no hallé perdón.
Así que en la noche oscura
me miré para encontrarme
y supe quien era
y quien quería ser.
Igualmente nada tiene sentido,
pero hay que intentarlo,
igualmente nada tiene sentido,
pero es tiempo de llorar.
Es tiempo de llorar bajo los acordes de guitarra
mientras el humo se escapa hacia ninguna parte,
no me mires, por favor,
y solo camina,
no me mires, por favor,
me dije,
y solo camina.
Ya es tiempo del último cigarrillo.
Y de atreverse a soñar.
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