Siempre he soñado con viajar.
Desde pequeño he viajado por toda España y algunos rincones de Europa con mis padres. En cuanto alcancé los 18 comencé a viajar también por mi cuenta, primero cada verano y luego pequeños viajes por el curso. Con 22 años me fui de Erasmus a Caldas da Rainha, en Portugal. Allí cada fin de semana aprovechaba para explorar y descubrir un poco más el país lusitano. Desde ese momento viajar se convirtió en una necesidad, en una especie de obsesión que me obligaba a ir más allá cada vez, a profundizar cada vez más en este ancho mundo que parecía querer condenarme a no lograr arañar apenas la superficie de sus maravillas por desentrañar. Quería conocerlo todo, llegar a todos los sitios posibles. Saber más y más, saberlo todo. Viajar siempre. Viajar sin cesar. Viajar de por vida. Vivir viajando. Pero por más que lo intentaba parecía imposible, viajar se convertía en una utopía inalcanzable.
Hasta que en Portugal descubrí a una viajera que llevaba más de 10 años viajando sin parar: Aniko Villalba. Ella había recorrido el mundo, iba de un lado para otro, viajaba viviendo y vivía viajando. Llegado un punto se quedó a vivir en algunos países, pero ella no paraba de viajar, seguía viajando, porque viajar para ella no era solo desplazarse continuamente, sino no parar de aprender. Desde ese momento se insertó una semilla en mi mente. Una idea. Un concepto que comenzó a crecer y crecer, tomando forma, ocupándolo todo en mi cabeza. Viajar. Viajar siempre. De algún modo. Hallar mi propio modo de viajar constantemente, de no terminar nunca de aprender y aprender sobre este mundo en el que vivimos.
Pasaron algunos años y viajaba siempre que tenía oportunidad. Hice un tour de 10 días por Francia. Hice otro Erasmus en Portugal, esta vez en Lisboa. Y seguí descubriendo Europa todo lo que podía. Pero faltaba algo, la vida no podía siempre viajar solo un par de días de vez en cuando y hacer un pequeño viaje relativamente largo una vez al año. Tenía que existir otra forma de viajar, una forma propia de viajar, y debía averiguarla.
Hace un año descubrí los Erasmus Exchange, intercambios culturales en otros países, conociendo otros lugares, a otras personas... Estuve en Rumanía y en Amberes y esas experiencias me permitieron descubrir el maravilloso mundo del Erasmus +. Comencé a estar atento a todas las ofertas que salían y averigüé que existían los voluntariados europeos de Erasmus +. Voluntariados de un año en otro país en diferentes sectores y ejerciendo diferentes actividades. Comencé a darle vueltas a la idea y se la propuse a mi pareja para irnos juntos a Francia, país con el que los dos siempre soñamos con ir a vivir. No lo dudamos y decidimos apuntarnos. Por el medio hubo una cuarentena y dificultó un poco el proceso y lo alargó más de lo esperado, pero al final tuvimos noticias. Por unas causas y otras no logramos ir juntos a la misma ciudad, pero yo me iría a Le Mans y ella a Normandía. Todo el proceso fue lo más atractivo y sencillo posible y pronto estaba ya listo para irme. Me habían aceptado e iba a cumplir mi sueño de vivir un año en Francia, colaborando socialmente y viajando todo lo posible cada fin de semana. Por fin había encontrado mi propia forma de viajar y tenía claro que no la iba a desaprovechar.
Iba a irme.
Voy a irme.
En apenas una semana estaré ya en Le Mans listo para comenzar mi voluntariado y esta serie de entradas es un intento de dejar por escrito una suerte de Diarios de un voluntariado para recordar esta experiencia y poder divulgarla a otras personas que estén en mi misma situación y busquen su propia forma de viajar, de conocer otro país y de saber más sobre esta experiencia. Por eso quiero que resulten lo más completas e interesantes posibles y ayuden tanto a mí como a los demás a profundizar más en esta experiencia que es el voluntariado europeo.
Espero que cumplan su objetivo y caminemos juntos en este largo viaje de un año que serán mis Diarios de un voluntariado.
¡Nos leemos!
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