Cojo mi pequeña compra y me voy a mi casa. Me quito los zapatos fuera, me pongo las zapatillas, saludo a quien ya esté en la casa, comento un poco el día y subo a mi habitación a preparar el portátil. Bajo de nuevo, me preparo un zumo, un plato, subo y meriendo. Me gusta ese pequeño ritual de merendar viendo alguna serie: Lizzie McGuire, Gravity Falls, Modern Family... Me ayuda a desconectar del trabajo y me hace sentir en casa.
Al terminar abro la puerta derecha de la ventana de par en par y dejo que el aire fresco inunde la habitación, también permite que entre algún mosquito de los cuales Carlota se hará cargo. Carlota es una araña que lleva conmigo meses en la habitación. Nos entendemos bien, yo en mi lado y ella en el suyo, que es el opuesto a mi cama. Así todos ganamos. Yo no tengo mosquitos y ella come. Es muy territorial y si alguna otra araña se atreve a construir su telaraña cerca ella no dudará en abalanzarse sobre ella y comenzarán a pelear. Es como una especie de danza que hace temblar los hilos de la tela, se empujan, golpean con las patas la red, tiembla todo, y finalmente una de las dos cede y se marcha. Carlota siempre gana.
Después de la merienda cojo mi totebag de la Maison de l´Europe, la lleno de libros, cojo mi toalla y bajo al jardín. Me gusta leer al aire libre, en el frescor de la tarde fluyen mejor las palabras y es agradable escuchar a los niños jugando en el parque de atrás, a los pájaros cantando, ver al gato del vecino al que yo llamo Pepignon y sentir las caricias del sol en el cuerpo mientras poco a poco la luz se va retirando. Creo que es lo que más me gusta de esa casa: el jardín, que pese a ser de piedrillas e hierba agreste, a mí me da la vida cada día para leer y disfrutar del ir y venir de los días entresemana.
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