Me gusta pasear por su sendero del río, siguiendo el curso del Sarthe y hacer siempre la misma foto desde el mismo ángulo al mismo paisaje: las vistas del río desde el puente que está cerca de mi casa. Es como capturar estaciones: el río en otoño, el río en verano, el río en primavera, el río en invierno. Quizás así cuando pasen los años al ver esas fotos pueda revivir lo que sentía.
Cuando salgo a pasear suelo ponerme los cascos y dejo que mis pasos me guíen hasta el centro. La plaza del centro, la Place de la République, me recuerda a esas grandes plazas francesas, típicas de las grandes ciudades, como en Nantes, como en París, que nada más verlas gritan a los cuatro vientos: soy el sitio perfecto para instalar un mercadillo navideño. Y es verdad, ahí cada año lo montan.
Después llego hasta Les Jacobines y veo la Catedral de Saint Julien, es muy bonita por detrás, con arbotantes por toda la cabecera, aunque creo que la fachada románica escondida y poco ornamentada no le hace honor al resto de su arquitectura gótica.
De ahí echo a caminar por la Cité Plantagenêt, cuna de los Anjou, donde las casitas medievales todavía te vigilan desde la distancia del tiempo. Me gustan esos tonos rojos, cobrizos y azules que cobijan, con los travesaños de madera sujetando toda la estructura, todos los secretos que esconden tras sus fachadas exteriores.
Hay tantas cosas que no he visto...
En ocasiones siento que los dos confinamientos me han privado de vivir ciertas cosas de la ciudad: ver sus museos, pasear más por sus calles, perderme entre sonrisas de amigos... No he tenido eso. Pero pienso que me he tenido a mí. Y que he aprendido cosas de ello. ¿El qué? Un año después todavía no lo sé bien, pero algo he aprendido, de eso estoy seguro.
Y sigo caminando con la música en los cascos y las manos en los bolsillos sonriendo por el año que aquí he vivido.
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