La vida te pasa, te pesa y te pisa; poco a poco; como las manecillas estancadas en ninguna parte, como si una parca hubiese detenido el tiempo, obligándote a no poder huir nunca de ese instante. Ese instante, esa bifurcación en el camino, ese momento en que tuviste que saltar al vacío y decidir que camino seguir, apostar por un cuento u otro, seguir escribiendo esta historia a medias o inventarte un nuevo futuro con la tinta que sangra el corazón herido. Un corazón dañado, con cicatrices que supuran relatos sin narrar, leyendas sublimes y legendarias de noches en las que resultaba fácil desaparecer entre los litros de cerveza de los locales y sus gentes. Noches en las que acabar perdido en las piernas de cualquiera; sin falsas promesas, sin nombres; solo viviendo ambos el presente y el colchón. Un colchón relleno de sudor y saliva de desconocidas; un colchón hecho de sangre del pecho y noches fugaces; un colchón vacío como el alma del que entrega su vida al diablo tras descubrir que "no hay futuro".
La vida te pasa, te pesa y te pisa; y en esos momentos te preguntas cuantas cosas has perdido por no soñar; cuantas cosas has perdido por dejar de creer; cuantas cosas has perdido por dejar de tener fe en el mundo. Cómo un Carax que ha decidido borrar cualquier rastro de su existencia. Cómo una sombra que se pierde entre los fantasmas que habitan las callejuelas de la ciudad. Cómo un cuerpo muerto que olvidó lo que significa amar.
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