La noche de Lisboa es puro bochorno, y no hay quien duerma con ese pastoso calor de humedad de río. Aún por encima el sueño no viene a mí, pero la vista y la cabeza están cansadas, así que solo puedo estar aburrido tumbado en cama, sin hacer nada útil ni medianamente interesante, pues leer se torna en una actividad absurda al no enterarme de nada más allá de las tres primeras líneas. De modo que aquí estoy, aporreando el teclado, escribiendo sobre el calor de la capital lusitana, a más de 25 grados en la madrugada.
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