Con una mano en el teclado y en la otra una cerveza
escribo con el sumo cuidado
del que sabe sacar con una sonrisa toda su entereza.
Entra por el balcón una leve brisa de verano
y la noche es tibia y agradable
como una superbock recién abierta,
saboreando el instante,
paladeando el momento,
haciendo del encuentro entre el poeta y el texto
un futuro incierto sobre el que volcar todos sus sueños.
Me hago un año más viejo
y en el calendario las hojas pasan de largo
consciente de hasta dónde he llegado
y a dónde me han llevado mis pasos,
no estoy tan mal
si todavía alguien logra ver brillo en mi mirada,
creo que eso lo llevo bien
así que todo en orden,
podría seguir pisando el acelerador unos cuantos años más
envejeciendo de su mano.
Lura se desviste desde lo alto del cielo
y la brisa me trae su aroma,
Portugal brilla más allá de la ventana
y el Tajo surca la vida hasta el Atlántico.
Con una mano en el teclado y en la otra una cerveza
el poeta desteje todo su mundo
reduciendo la realidad a unos pocos versos y un puñado de letras.
Sueño con la esperanza y la libertad,
vuelo más alto del cielo,
mucho más allá,
vivo en su sonrisa,
suspiro por sus ideas,
y me hago eterno entre las sábanas cuando nuestros cuerpos se recuerdan.
Con una mano en el teclado y en la otra una cerveza
hago repaso de la vida
y no está todo tan mal como la rutina me lo pinta.
Vale la pena, aunque sea por llevar tantos kilómetros a cuestas, rimando siempre por la eterna luz de su risa.
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